11. Iterando

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El lunes, a las cinco y cinco, Ignacio Marrero cruzó la puerta 4 para corroborar que el bucle seguía activo. Suspiró resignado. Tenía la esperanza de no tener que volver a esa época. Verificó que todo estaba en orden y se marchó al piso franco.

El martes, a las 14:40, el Dragon Rapide no llegó al aeródromo. Marrero llamó a Cabo Yubi con la excusa de los pistones y comprobó lo que ya sabía. Avisó a Salvador, que esta vez estaba esperando la llamada. Bajó a comer al bar del aeródromo. Total, hasta entrada la tarde no habría señales del avión. Habían decidido no complicarse y detener a Garayo en cuanto tomara tierra y aún quedaban horas. Pasó la tarde revisando su plan. Iba a ser complicado librarse del bucle, al menos de forma sencilla. Bueno, al menos no estaba solo en esto, no lo estaría más. Sonrió.

Media hora antes de que llegara el avión aparecieron Ernesto, Alonso y el tal Pacino. El aterrizaje fue perfecto. Una vez bajados los ingleses esperaron al pie de la escalera a Garayo que se vio rodeado. Pareció especialmente sorprendido cuando vio a Ernesto e Ignacio. En un movimiento no muy afortunado trató de disparar pero falló, cosa que no hizo Marrero.

–Joder, lo queríamos vivo.

–Iba a disparar, ha sido un reflejo.

–Bueno, no os preocupéis –calmó Ernesto–. Ahora hay que estar atento a cualquier movimiento de sus posibles compañeros. Si superamos esta semana sin incidentes querrá decir que trabajaba solo y podremos volver el martes siguiente a por él.

–¿Otra vez?

–Sí, otra vez, y esa vez vivo.

Si Garayo tenía compañeros con los que llevar a cabo su plan no dieron señales de vida, o tal vez decidieran cancelar la misión asustados por el recibimiento que tuvo el sacamantecas. Esa semana al menos no lo descubrirían, ya que pasó sin incidentes adicionales. De todos modos Ernesto y Lola coordinaron un despliegue de agentes, menos que la semana previa eso sí. El sábado, a las 14:33, tal y como aparecía en los libros de historia, el Dragon Rapide despegó del aeródromo de Gando permitiendo que Franco se uniera a la sublevación.

El siguiente lunes, a las cinco y cinco, Ignacio Marrero cruzó la puerta 4. Por primera vez en 40 años sintió que estaba harto de aquella oficina. Recogió sus cosas y se fue al piso. El martes ni siquiera llamó a Cabo Yubi, simplemente esperó a que llegaran los del Ministerio con Ernesto a la cabeza y se prepararon para capturar a Garayo que, por cierto, habían verificado que era el auténtico Juan Díaz de Garayo con unas pruebas modernas. Definitivamente se había quedado desfasado. En fin, llegó el momento. Ernesto le entregó, de nuevo, una pistola aunque esta vez le recordó que lo querían vivo, que dejara actuar a Pacino y Alonso. Al fin y al cabo sabían cómo iba a reaccionar Garayo. Efectivamente, al bajar y toparse con Marrero y Ernesto, tras un momento de duda, el sacamantecas hizo el intento de sacar un arma. Esta vez Pacino usó una pistola tasser para dejarlo fuera de combate pero sin matarlo. Aun así, y con el asesino en el suelo, sin posibilidad de ser una amenaza, Ignacio le disparó. Ernesto le quitó el arma.

–¿Pero qué coño haces, ya lo teníamos?

–Lo siento, yo... fue un reflejo.

–Joder, otra semana perdida.

–Bueno, calmaos. Sí, otra semana perdida, pero será la última.

Ernesto miró a Ignacio, que no quitaba ojo al cadáver. Al menos esa semana no haría falta despliegue. Sería rutinaria como las previas al primer retraso del Dragon Rapide. Aunque él mismo la pasaría con Marrero que se mostró bastante lacónico, atento a las fechas clave, a verificar que todo seguía el orden previsto, como si Ernesto no estuviera allí.

El siguiente lunes, a las cinco y cinco, Ignacio Marrero cruzó la puerta 4. Fue directamente al bar a tomarse un café tranquilamente, de hecho se presentó allí a los empleados del aeródromo. La novedad le gustó, aunque esa sensación duró poco en cuanto volvió al despacho. En fin. El martes terminaría todo este desaguisado. Ernesto, Pacino y Alonso llegaron a la hora prevista. Ernesto le dio un tasser, no quería disparos de ningún tipo, salvo los suyo si no quedaba más remedio. Prepararon la emboscada y, una vez más, la incredibilidad cruzó la cara de Garayo durante un instante antes de echar mano al arma, no lo suficientemente rápido como para que Paccino y el propio Marrero, le dejaran frito a descargas, con tan mala suerte que la sobrecarga le provocara unas violentas convulsiones que le hicieron golpearse la cabeza repetidamente contra el suelo, provocándole la muerte.

–Vive Dios que no hay manera de capturar a este hombre.

–Esto es ya de coña, vamos.

–Recojámoslo todo, habrá que esperar otra semana.

Mientras Pacino y Alonso se llevaban el cuerpo, Ernesto envió un mensaje por el móvil antes de indicar a Marrero que seguirían con la vigilancia juntos una semana más.

El siguiente lunes, a las cinco y cinco, Ignacio Marrero cruzó la puerta 4. Definitivamente no aguantaba la oficina, ni el aeródromo. El martes no apareció por allí hasta un par de horas antes de que lo hicieran Ernesto, Pacino y Alonso. Esta vez no le dieron un arma, es más, Ernesto insistió en que se quedara en el despacho. Minutos después cargaban el cuerpo del sacamantecas y se lo llevaban al Ministerio. Ignacio se quedó en 1936 para continuar con una rutina que le pesaba como nunca, y que se vio interrumpida el miércoles con una llamada de Salvador. Haría falta una iteración más de ese diabólico bucle. Garayo tenía una cápsula de cianuro en una muela, con la que se suicidó en cuanto recuperó la consciencia y se vio apresado. Nacho colgó al tiempo que le sobrevino un ataque de risa histérica. Trató de contenerse, en breve llegaría Ernesto para acompañarle una semana más.

El siguiente lunes, a las cinco y cinco, Ignacio Marrero cruzó la puerta 4, apartó de un manotazo la cortina y se marchó a la ciudad. Pasó parte de la noche por ahí, bebiendo. Hasta que se convenció de volver a casa. Ernesto aparecería el martes por la tarde y no debía verle con mala cara.

Esta vez simplemente saludó a los tres hombres que ya sabían lo que tenían que hacer. Al rato volvieron con Garayo, que sangraba por la boca. No habían sido finos al extraerle la cápsula. Tampoco se andarían con finezas en el Ministerio. Tenían poco más de cuatro días para sacarle la información que necesitaban y reconducir la Historia antes de que llegara al Sáhara o tendrían que detenerlo una y otra vez por toda la eternidad, contando con que no volviera a morir y perdieran una semana completa.

El miércoles apareció denuevo Ernesto, que se quedaba más tranquilo estando por allí, por lo menoshasta que terminara el funeral.

Tiempo de alzamientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora