El tren

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Después de tremendo desayuno me espera la caminata del siglo.

A mí no me hace falta hacer ejercicio, no es broma, tengo las piernas bien duras y no será de ir a gimnasio o de hacer la gimnasia del colegio. Porqué entre tú y yo, soy de las que a aprendido a esconderse de la profesora para no tener que correr.

Todo empieza nada más salgo de la puerta de mi casa.

Con los ojos todavía más cerrados que abiertos, porqué una tiene que madrugar el doble si quiere llegar a ahora al tren.

(Bienvenidos a la dura realidad gente privilegiada.)

Camino por la calle a paso ligero esquivando a dos o tres perros y a la mascota de estos. Las cosas como son, que salen a pasear el perro con menudo outfit, el batín. Menos mal que a esas horas no hay mucha gente por la calle.

(A veces parecen la secta del batín, con sus caras apagadas y caminado como almas en pena. Si no los has visto nunca pueden llegar a darte miedo. Otra realidad)

Y no solo esquivo personas, también los árboles de un parquecito y una señal que hay a continuación del primer obstáculo.

Después de eso, a esas alturas del camino, me toca abrir muy bien los ojos. Cosa un poco difícil porqué mis párpados a esas horas pesan bastante, por no decir que parece que lleve dos piedras.
Si no lo consigo puedo chocar me con otra persona que suele pasar a esas horas por ahí o chafar una mierda. Todo porqué en esa calle las luces no funcionan y a esas horas todavía es de noche.

Las zapatillas nuevas no duran mucho con este tipo de rutina y no solo por las mierdecitas que puedas chafar, sino porqué con las caminatas que nos arreamos... nuevas duran muy poco. Pobre la gente que no pueda ir con deportivas, porqué eso me faltaba a mí. Pobres de mis pies, escocidos y llenos de llagas.

(Algo es algo, tampoco vamos a pintarlo como si fueramos unos grandes desgraciados.)

Bueno, ya llegamos al tercer obstáculo. Uno de los más complicados, uno de vida o muerte.

No exagero.

Hay que cruzar el paso de peatones de una de las calles más concurridas. Ojo, sin semáforo.

Se mira a un lado y a otro. Se vuelve a mirar y se vuelve a mirar.

(Hay que asegurarse bien.)

A la tercera mirada ya nos preparamos para salir corriendo hacia el otro lado de la carretera. Si los cálculos de distancia han sido correctos... No harán falta ambulancias.

Una vez en la estación tenemos unos minutitos para descansar, pero solo dos o tres, no más.

Después del mini descanso (Si eso se puede llamar descanso) nos enfrentamos al cuarto y último obstáculo. ¡Pillar sitio en el tren!

(Eso es una tómbola, tom, tom, tombola, de luz y de colooor, de luz y de coloooor. O también se puede llamar guerra.)

Nada más oír el aviso por los altavoces de que ya llega el tren, me levanto. Intento ponerme a primera fila. Esquivo a uno, esquivo a otro, intento situarme lo más delante posible. Pero la gente no es tonta no te van a dejar pasar.

Todos queremos lo mismo.

En esta situación tienes que controlar bien lo de ser escurridizo y poder pasar por los huecos más inesperados, a demás de dominar la técnica contraria, la de expandirse, es decir, separar tus brazos, etc, para ocupar el mayor espacio posible y la gente tenga más difícil colarse o empujar te.

Cuando ya estás lo más a delante posible solo te queda pillar sitio. Cuestión de vista y rapidez.

Una vez se abra la puerta del tren empieza la avalancha de verdad.

Si ya has puesto la vista en tu objetivo corre hacia el, estira los brazos para así poder tocarlo antes. Y por nada del mundo mires atrás, que nadie ni nada te distraiga.

Si es día has tenido una buena sincronización de mente, cuerpo y suerte, lo conseguirás, sino, te chocaras con alguien, le tendrás que ceder el sitio a una señora mayor, alguien será más rápido que tu o puede que ni siquiera hayas llegado a tiempo a la estación, porqué una de dos o tu has ido lento o el tren se adelantado.

¡Jolín, Renfe!

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⏰ Última actualización: Dec 16, 2020 ⏰

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