Dos chicos se cogían de las manos en aquella noche fría de invierno. Uno era rubio y otro era pelinegro.
La perrita que iba entre ellos liderando el paso oía confusa el intercambio de palabras susurrantes de los dos jóvenes.
Se sentaron en el congelado banco de un parque perdido entre los suburbios del pueblo.
El aire se llenó de pequeñas motas de lluvia flotante. Las hojas de los árboles se movían ligeramente y sin embargo ellos solo sentían el calor del otro a su lado.
Uno apoyó su cabeza en el hombro del otro y empezaron a disfrutar del ambiente.