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—¡Mamá! ¡Mamá! —gritaba con desesperación mientras observaba el cuerpo de mi madre tumbado sobre la camilla del hospital.

Mi pequeño corazón latía con fuerza, amenazando con salirse de mi pecho. Tan solo tenía catorce años cuando mi madre murió. Recordaba todo perfectamente.

—Escuchame, Felix. Quiero que me esperes aquí, no voy a tardar mucho —me dijo mi madre mientras me acomodaba mi cabello alborotado.

—Está bien, mami. No me voy a mover de aquí —afirmé.

Una sonrisa se formó en su rostro y se puso derecha. Su mirada miró ambos lados, como si estuviera buscando a alguien al que no encontraba.

Yo la seguí esperando, tanto como me fue posible, Esa fue la última vez que la vi.

—Hey —me saludó una chica de más o menos unos veinte años—. ¿Estás bien? ¿Por qué lloras?

—Mi madre se fue hace unas horas, y aún no volvió.

Un sollozo se escapó de mi boca, lo cual provocó que cerrara los ojos con fuerza haciendo que otra lágrima un poco caliente se deslizara por mi mejilla. Sentía que iba a morir, la desesperación me inundaba, necesitaba saber donde estaba la mujer que me había dado la vida.

Esa misma tarde me llevaron al hospital porque había una ligera sospecha de que una mujer se parecía a mi madre, o al menos por como yo la había descripto. La chica del parque nunca se separó de mi, me cuidaba como podía y con lo que tenía a mano.

La mujer que encontraron era lamentablemente mi madre, estaba cubierta en sangre, tenía algunos huesos rotos, y lo peor, era que estaba muerta.

Mi madre se suicidó el 15 de septiembre del año 2014, el día que cumplí los catorce años.

Los últimos años fueron los más difíciles, tenía que trabajar, apenas mi sueldo alcanzaba para pagar algo de comida, que ni siquiera era suficiente para todo el mes. No había tenido hermanos, así que era una sola boca para alimentar, pero también una sola para hablar. Tampoco tenía amigos cuando era pequeño, todos decían que era raro, sabía muchas cosas que el resto no, pero nunca fue suficiente.

Trabajaba en la calle entreteniendo a personas, agradecía que de vez en cuando había personas solidarias que te daban alguna moneda, o tal vez algún billete si eran demasiado amables. Un día me había topado con una mujer en una camioneta de lujo, seguramente era millonaria. Cuando me acerqué para pedirle algo para poder comprar mi alimento, solo me miró con desprecio, como si no me bañara hace meses. Bueno, en parte era cierto, me bañaba cuando tenía la posibilidad, pero sin shampoo era algo complicado.

Mi estómago comenzó a gruñir sacándome de mis pensamientos y pidiendo por algo de comida urgentemente. Busqué donde tenía el dinero y me alcanzaba justo para un delicioso plato de ramen, era lo que más consumía, y a la vez lo más barato. Sonreí.

Cuando me levanté, un hombro chocó contra el mío, y en menos de que me diera cuenta, todo el dinero se había caído, cada moneda que había valido un poco de mi esfuerzo estaba tirada en el suelo.

—Fijate, idiota —me reclamó el joven que vestía un pantalón de vestir de un azul francia, una camisa blanca junto con un blazer a juego con el pantalón. Se dió vuelta tan rápido, que no pude verle la cara.

Volví mi vista esperando encontrar las monedas derramadas en el suelo, pero en lugar de eso, me encontré con el suelo vacío. ¿Como habían desaparecido? ¿Acaso tenían patitas y se habían ido caminando? Levanté mi mirada, y a lo lejos un pequeño niño corría de mí con varias monedas en los bolsillos, algunas se cayeron al suelo. Esas eran mis monedas.

—¡Hey! —lo llamé mientras comenzaba a correr lo más rápido que podía—. ¡Esas son mis monedas! ¡Oye!

Corrí tras el niño, pero no hubo caso, era mucho más rápido que yo. Mi pié se torció y en cuanto me quise dar cuenta, ya estaba tirado en el suelo, mirando como el pequeño niño se alejaba cada vez más, con las monedas que había tardado más de una semana en reunir. La esperanza de por fin comer, se desvaneció.

•◇◆◇•

Estaba sentado en medio de la calle, mi panza rugía de hambre, pero no podía hacer nada. No tenía dinero, ni comida, ¿Que podía hacer? De todo lo que se me venía a la cabeza, solo quedaba una opción, robar. Aun que no quisiera, era mi única alternativa para poder comer algo esta noche. Era eso, o morirme de hambre unos días más hasta poder colectar todo el dinero necesario.

Me puse de pie y me encaminé al restaurante más cercano, siempre había personas sentadas afuera, así que podría ser fácil robarle un sándwich a alguien.

Un señor de unos cuarenta y cinco años, estaba sentado en una de las mesas de madera blanca, cubierta con un mantel blanco que no llegaba al suelo. Comía una hamburguesa no muy grande. Sentía que podía comerme todo a mi paso así que no importaba mucho el tamaño.

Me acerqué disimuladamente al hombre mientras simulaba mirar la cartelera escrita con tiza y colgada a un lado de la puerta del restaurante. Di una vista rápida de todo el panorama a mi al rededor. Tenía por donde escapar, y era rápido, había una pequeña probabilidad de que lo atraparan.

En un movimiento rápido, tome la hamburguesa con mi mano derecha y eché a correr lo más rápido que pude.

—¡Hey, ladrón! —escuché gritar al hombre a mis espaldas.

Miré hacia atrás y vi al señor corriendo detrás de mi mierda. Eso no estaba en mis planes, sería más difícil de lo que pensé. Mis piernas se movían con agilidad, pero no la suficiente. El hombre era ágil a la hora de perseguir, si tan solo la gente reaccionara así cuando alguien era atropellado, o cuando trataba de suicidarse. Pero no, todos eran egoísta en este mundo, nadie se ponía a pensar en si alguien robaba algo para poder comer, preferían fijarse en su dinero antes de que alguien pueda comer algo.

La rosa en el jardín Donde viven las historias. Descúbrelo ahora