Capítulo Único- As

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Las gotas transparentes corren por su piel de manera veloz, recogiendo a su paso cualquier rastro dejado con anterioridad. La sensación de suciedad era fuerte, tanto como haber dormido dentro de un basurero por una semana entera. A pesar de la cascada de agua ardiente sobre sus rubios cabellos, el frío en cada trozo de su piel se le siente frívolo, palabra con poco sentido al hilo de pensamientos que intentaba seguir encerrado entre cuatro paredes de lozas violetas.

El sonido de la puerta abriéndose no le sacó de sus pensamientos, tampoco los pasos firmes hacia su dirección y menos el correr de las cortinas. La imagen quieta bajo la regadera era una escena rara de admirar.

El punto fijo entre la mancha sobre las lozas a su frente y la indefensa hormiga que huía desesperada del agua era típico en esos días del año. El pequeño cuerpo del insecto se le hace tan inofensivo, tan débil que desea tocarlo. Alza su mano húmeda.

¿La hormiga intentaría aumentar la velocidad para huir de su tacto?

¿Se rompería su cuerpo si la yema de su índice le llegara a tocar?

¿Moriría sin arrepentimientos?

Algo le detiene. Su muñeca es rodeada por una textura rasposa y delicada que desliza con ternura la extremidad hasta su típica posición.  Sus pupilas terminan de seguir al insecto quien finalmente desaparece dentro de una pequeña fisura entre dos cuadrados violetas. Su cuerpo es girado y cubierto por algo esponjoso, seco, y puede sentir que las gotas ya frías de su piel van siendo absorbidas por aquel objeto extraño. Sus pies son separados del helado piso, y aún así avanza.

Una confortante familiaridad le carga.

Las monótonas lozas son sustituidas por un tapiz oscuro y cuadros; muchos cuadros y adornos. Un jarrón pasa de largo frente a sus ojos, con picas incrustadas a lo largo de su cuello y flores negras en la base angosta. Pediría que lo rompieran en su presencia, se le hacía demasiado desagradable. Había silencio a su alrededor. Era calmante para su cerebro ese eco de las pisadas que chocaba en los diferentes marcos de madera vacíos. Su movimiento paró un momento y visualizó una puerta, una de diseños exuberantes, la cual fue abierta.

Su alrededor volvía a cambiar, empero esa familiaridad no.

En aquel lugar la luz era casi nula. No había cuadros vacíos, lozas violetas o jarrones incómodos, y eso de alguna manera le reconfortó. Su movimiento vuelve a reanudar, mas termina demasiado rápido. Siente que su espalda choca contra algo suave mientras aquel sentimiento familiar le va a abandonando poco a poco. El frío en la parte posterior de su cuerpo se le hace insoportable y agarra esa comodidad de manera desesperada. Un momento de incertidumbre, luego todo vuelve a ser como antes.

Esta vez no solo en su espalda, sino que toda aquello le rodea bruscamente. Debería sentirse incómodo, pero su cuerpo responde de manera completamente contraria. El frío pegado a su piel va desapareciendo a cada roce de esa rudeza, de esa textura brusca, y por primera vez en todo ese lapso de tiempo decide levantar la cabeza.

No sabe si es por la poca iluminación o sus cansados ojos, pero las formas que intentan formarse a su frente son demasiado difusas. Solo distingue un rojo profundo, similar a las llamas agresivas que hacen desaparecer todo a su paso. ¿Por ello había dejado de sentir aquel frío tan desagradable?

Se permite mover los músculos de su rostro, dejando que hicieran lo que desearan con sus resecos labios. Se siente tranquilo sin razón, sin justificación, solamente con esa familiaridad al conocido fuego que le arrulla entre sus brazos. Desea, por un momento, que las llamas asfixiantes le rodearan por completo, mas de manera inconsciente sabe que es algo imposible, prohibido por algo que ni él puede intentar recordar cuando sus párpados caen, tapando por completo la imagen de unas esferas verdes mirándole con amor, así como ese petróleo corrompido en desprecio hacia algo que, sinceramente, no deseaba saber su final.

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Una vez el chico sobre su cuerpo calló en brazos de Morfeo se permitió mostrar una expresión leal a los sentimientos que le embargaban. Aquel recorrido realizado se volvió una desagradable costumbre desde hacía seis años, donde le secaba y cargaba entre los desolados pasillos de un castillo, donde los guardias eran ordenados a desaparecer, donde los retratos eran retirados hasta el día siguiente, donde el mismo horrible florero era reemplazado cada vez que era destrozado, donde le calmaba entre sus brazos y permitía que se durmiera para, al día siguiente, olvidar todo lo pasado.

La respiración calmada del contrario tranquiliza un poco aquella copa de vino que, esta vez, sería llenada con su última gota. No sería derramada sobre el suelo, menos sobre quien descansaba sobre sus brazos, sino encima de la fuente de todas aquellas noches de insomnio y malestar de quien debía proteger con su vida.

Él, como soldado fiel, debía proteger al destinatario de su promesa. Él, como As, defendería la Reina de aquel Reino envuelto en guerras y putrefacción. Él, como hermano mayor, cuidaría a su hermano menor de la crueldad de quien le hacía daño.

Él, como hombre, protegería a su amado de la marca que arruinó su futuro, aún si debiera llevar toda Picas a la ruina.

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