Alexa metió la ropa sucia en la lavadora y la puso antes de volver a su escritorio, donde había dejado el portátil encendido. Antes de sentarse para continuar con la búsqueda de empleo, fue a la habitación para hacer la cama. Por el camino rozó con algo que cayó al suelo y al girarse, descubrió que todo el contenido del bolso que usó la noche anterior quedó desparramado por el suelo. Poco a poco recogió todo y lo último que quedó fue una tarjeta. Se irguió con ella en la mano y la giró con expectación para ver los datos de contacto. Su corazón latió desbocado al recordar de quién era y le dio la vuelta de una vez con más curiosidad de la que pensaba. Con letra manuscrita y en grande figuraba el nombre de June Sanders junto a sus otros datos de contacto. Sanders, ¿de qué le sonaba ese apellido? Buscó entre los cajones de su mesita de noche y sacó el sobre que le entregó Catherine con la invitación al club. La abrió con manos temblorosas y allí, en la primera línea, vio ese apellido también. «¿Esto significa que Dante es el dueño?», se preguntó, confusa. En un impulso, sacó su móvil del bolsillo y se sentó en la cama con la intención de guardar su número primero y de enviarle un mensaje después. «¿Haré bien en enviarle un mensaje? ¿Estará ocupado? Pero, por otro lado, si no le contacto yo, ¿cómo podría hacerlo él conmigo?». Finalmente se animó a hacerlo.
Hola... June. Soy Belladona, espero no pillarte en un mal momento. Como no sé si puedo llamarte, he pensado que lo mejor era mandarte un mensaje.
Solo tuvo que esperar unos segundos para ver su respuesta.
Hola, Bella, claro que podemos hablar. ¿Prefieres que te llame? Así podríamos concretar con mayor rapidez una cita, ¿qué te parece?
Alexa se dispuso a responder cuando vio que la estaba llamando. Casi se le cayó el teléfono de las manos a causa de la vibración y de los nervios.
—June.
—Hola...
—Alexa —concretó.
—Bonito nombre... ¿Debo intuir por tu mensaje que deseas seguir conociéndome fuera del club?
Ella se mordió el labio mientras pensaba en una respuesta que no sonara demasiado desesperada.
—¿Por qué no iba a querer?
June rio.
—Pensé que te sorprendería conocer mi identidad y que después de eso ni siquiera me contactarías. Debería haberte pedido tu número, pero confiaba en que tomaras la iniciativa y me alegra saber que no me equivocaba.
—Reconozco que me ha sorprendido, pero al fin siento que todo encaja. Era extraño que un socio común tuviera una habitación exclusiva para él solo.
—Te dije que era posible, aunque no lo gritamos a los cuatro vientos para que nadie quiera pasarse de listo. En fin, no quiero hablar de trabajo contigo. ¿Te apetece que nos veamos, no sé, esta tarde tal vez?
Alexa sonrió al recordar que no quería parecer desesperada. «Será que tiene tanto interés en mí que no puede esperar para verme de nuevo», se sorprendió pensando.
—Claro, esta tarde no tengo nada que hacer.
—Está bien, ¿te paso a buscar a las cinco?
—Vale, te pasaré la ubicación.
Y, tras despedirse, ambos colgaron. La chica se levantó de la cama sonriente, soltó el móvil en la mesita e hizo la cama tarareando una canción. Estaba especialmente contenta.
···
A la hora acordada, Alexa lo esperaba en la puerta de su casa. June no tardó en aparecer en su deportivo de color rojo y la chica no pudo evitar sentirse asombrada. Ya no tenía ninguna duda de que era el dueño de La Fruta Prohibida. El hombre abrió la ventanilla y se inclinó un poco para observarla.
—Sube —dijo mientras se deleitaba con la visión de sus piernas, el vestido corto blanco que le llegaba a las rodillas y el pelo suelto que caía en pequeñas ondas sobre su pecho.
Cuando Alexa subió al coche, June la miró de nuevo con una sonrisa.
—Eres mucho más hermosa sin el antifaz, Alexa.
Sin esperar algún comentario de su parte, el hombre clavó la vista en la carretera para volver a conducir. Ella se fijó en su perfil y recordó las facciones de Dante, que reconoció en June. Sus ojos marrones y esos labios gruesos que recorrieron con besos su piel la noche anterior. Solo de pensarlo sintió que se humedecía y tuvo que controlarse para que la excitación no fuera a más.
—¿Adónde vamos?
—Había pensado en llevarte a una cafetería que me gusta mucho —respondió él sin retirar la mirada de la carretera—. Espero que sea de tu agrado, es un lugar bastante bonito y preparan unos dulces para chuparse los dedos.
Alexa sonrió.
—Seguro que me gusta.
Su cuerpo estaba tenso y sentía unos nervios extraños que no entendía, no después de todo lo que había pasado entre ellos. Aunque no llegaron a mucho, la vio desnuda y eso ya era un gran paso entre dos personas. Peor aun siendo desconocidos. Se concentró en el paisaje que se dibujaba a través de la ventana para observar a las personas que caminaban por la calle y los diversos locales que estaban a pie de calle.
—Si te sientes incómoda y prefieres volver a casa, lo entenderé.
«¿Tan evidente es que algo me pasa?»
—No, no estoy incómoda, al contrario —exhaló el aire y soltó una risita nerviosa.
—Ah, entiendo... —Detuvo el coche en un semáforo en rojo y volteó la cabeza para observarla—. Estás pensando en las cosas que hicimos anoche, ¿no es así?
Alexa tragó con dificultad.
—Sí que lo he pensado, para qué te voy a mentir. Y también pienso en cuándo llegaremos más allá.
—Vamos por buen camino, entonces.
June soltó una pequeña carcajada y dejó la conversación ahí. Sus palabras quedaron grabadas en la mente de la chica y no pudo dejar de pensar en ello durante el tiempo que quedaba de trayecto.
Finalmente llegaron, aparcó el coche y los dos bajaron. Necesitaron andar un poco más para entrar en la cafetería y Alexa pensó que se había quedado corto al describirla como "un lugar bastante bonito". Era mucho más que eso. El techo era bastante más alto de lo que acostumbraba a ver en ese tipo de sitios, las paredes eran de color beige, salvo una de color gris claro, y había un gran mostrador en el que predominaba un expositor con distintos tipos de dulces, pasteles y tartas. El resto del local estaba lleno de mesas de diferentes tamaños y sillas que las acompañaban. June la llevó hasta una mesa para dos y se sentaron allí; segundos después apareció una chica para atenderlos. Pidieron dos cafés con leche y dos cruasanes.
—¿Has visto cómo te miraba la camarera? —preguntó ella con una sonrisa, intentando no reírse.
—Sé el efecto que produzco en las mujeres, pero ahora mismo solo me interesa cómo me miras tú.
Su respuesta dejó sin palabras a Alexa, que no volvió a hablar hasta que tuvieron delante lo que habían pedido.
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La Fruta Prohibida: El club nocturno
RomanceUn club nocturno abre sus puertas y se convierte en el mayor centro de ocio y perversión de la ciudad, o al menos eso es lo que cuentan las malas lenguas. Sin embargo, La Fruta Prohibida es mucho más que eso. ...