-Triste resignación-

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No podía respirar. Milay sentía como si sus pulmones se estuvieran colapsando, al igual que su vida; que sus planes. Una noticia de proporciones inmensas que causaba una destrucción aun más grande en su alma y corazón. ¿Cómo podían tres simples palabras cambiar tantas cosas en tan poco tiempo? Ser tan poderosas e hirientes como para acabar con sus esperanzas de que todo siguiera igual en un abrir y cerrar de ojos. 

Lo que más le dolía de todo era lo que estaba tras esa noticia. La traición de Enzo. Así era como ella se sentía. Traicionada, humillada, herida... ¿Ahora qué iba a hacer? Había planeado tener hijos con Enzo, ser una familia feliz; algo que ella nunca tuvo, pero ahora... Ahora no quedaba nada de esos ideales. Ese hombre que tanto amaba se había encargado de pulverizarlos en dos segundos.

Tomando una profunda respiracón se obligó a tragarse las lágrimas que pugnaban por salir libres y a encarar a su... Ya ni siquiera sabía cómo llamar a lo que tenía con Enzo. A su —todavía pero seguramente no por mucho tiempo— novio.

—¿Qué piensas hacer? —susurró tratando de mantener el dolor lejos de su voz, y fallando miserablemente. Enzo frunció el ceño y mordió sus labios tratando de controlar la destrucción que se llevaba a cabo en su corazón. No quería lastimar a Mil; había sido su todo, todavía lo era, pero debía de hacerse responsable y hacer lo correcto con Rosela; hacerlo por el hijo que venía en camino.

—Pienso... —Enzo dudó. ¿Debería mentir para no lastimarla más, o debía decirle la verdad aunque eso significara ver cómo se derrumbaba frente a sus ojos?

—Dime, amor. —No. No podía más. A pesar de la situación, Milay seguía llamándolo con cariño y eso él no lo merecía. Suspirando, llevó sus manos a su cabello y tiró un poco de él antes de dejarlas caer con impotencia a sus costados.

—Pienso casarme con ella, Mil —susurró—. Es... Es lo correcto. Lo siento, nunca quise... Lo siento. —No. Milay no podía con eso; podía con cualquier cosa menos con eso. No podía ni quería perder a Enzo, a la única persona que le había demostrado que la amaba sin pedir nada a cambio. ¿O sería que ella no dio suficiente de sí? ¿Había cambiado él en estos tres años que no estuvo consciente? Tal vez su amor se había extinguido, tal vez nunca había ardido con suficiente fuerza.  Tal vez... Solo tal vez ella era la que había fallado. Pero sea como fuere, no podía perderlo.

Haría lo que fuera para que no la dejara. Enzo era al único que tenía; lo único que poseía en esta vida. No tenía amigos, no contaba con sus padres para apoyarla, y desde esta noche ya no tenía trabajo. ¿Qué cosa horrible había hecho para merecer tantas desgracias en tan poco tiempo?

—N-no puedes dejarme —susurró Milay con la voz ahogada en lágrimas retenidas—. P-puedes hacerte cargo del niño y quedarte conmigo, ¿no? No necesitas casarte con ella, Enzo. Yo... te necesito a mi lado. —Ahora riachuelos incontenibles corrían por sus mejillas y bañaban su rostro y cuello. Había querido ser fuerte, demostrarle a Enzo que era digna de su amor como alguna vez quiso demostrárselo a sus padres; pero esa situación la sobrepasaba. El dolor era tan intenso; tan fuerte, que podía sentirlo convertirse en un dolor físico.

—Mil... —Ella se apartó del brazo que Enzo le ofrecía para estabilizarla  y este hizo una mueca de dolor.

—No... No me toques ahora mismo, ¿sí? Estoy tratando de controlarme —masculló temblorosa. Su voz no era firme como ella deseaba, pero no podía hacer nada ante eso. Enzo siempre había sido su debilidad; tenía el poder de romperla en pedazos como lo estaba haciendo justo en ese instante. No le gustaba ser débil, pero frente a él nunca había tenido que fingir. Sin poder tratar de simular estas bien un poco más, se dejó caer de rodillas y se desmoronó frente a los ojos de Enzo, quien sintió como si le clavaran una estaca en el pecho.

Momentos contigo ✔ [2015]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora