1

140 14 28
                                    

El callejón Diagón

El Sr Stark era un empresario multimillonario que dirigía la empresa de armas: Industrias Stark. Este no era muy alto, era delgado y apuesto y no estaba casado; mantenía una relación desde hacía apenas un par de meses con su secretaría, la Srta. Potts.

La Srta. Potts era una mujer de unos treinta años de pelo largo y de color cobrizo, siempre perfectamente peinado, era una mujer seria y recta, aunque sabía aceptar una broma y tenía muchísima paciencia.

El Sr Stark era muy conocido en todo el mundo desde joven, había tenido que heredar su empresa a los 21 años debido a que sus padres habían fallecido en accidente de tráfico, debido a esto se había dado al alcohol y a las mujeres, cosa que había cambiado hacía apenas un año, desde que se había dado cuenta de sus sentimientos por su secretaría y también gracias a su hija.

Irene Stark era una joven de once años brillante y amable a la cual el Sr Stark adoptó cuando esta tenía un año y medio, tenía el pelo marrón y largo y ojos de un color verde brillante.

El día en que empezó la historia que tenéis a continuación era un lunes cálido de finales de Agosto. Normalmente, los lunes, el Sr Stark se levantaba temprano y conducía uno de sus muchos coches descapotables a donde se encontraba su empresa; mientras, la Srta. Potts organizaba la agenda de este. Pero, aquel día el Sr Stark se encontraba lejos de Malibú, donde vivía, este se encontraba en Londres y acababa de entrar en un bar llamado "El Caldero Chorreante" acompañado de su hija.

El lugar era oscuro, pequeño y viejo; aún así, estaba abarrotado de gente vestida con túnicas largas (algunas de brillantes colores), sombreros puntiagudos y, algunos, tenían una especie de ramita larga. Algunas jarras de cerveza flotaban y las sillas y mesas se limpiaban y colocaban solas. El Sr Stark miraba con sus ojos marrones de un lado a otro preguntándose si ese era realmente el sitio al que debían ir para comprar el material escolar de su hija.

Porque Irene Stark no era una niña normal, no solo porque la habían adelantado cinco años en su antiguo colegio, si no porque era una bruja a la cual, hacía menos de dos meses, le había llegado una carta de Hogwarts, el mejor colegio de magia y hechicería del mundo (o al menos eso había dicho el profesor que le había explicado todo a ella, a su padre y a la Srta. Potts).

Siguiendo las instrucciones que les habían dado (y con un poco de ayuda), consiguieron que el muro de ladrillos por el que debían pasar se abriera poco a poco. Al traspasarlo llegaron a un lugar que solo se podía describir con una palabra: mágico.

A un lado y a otro había tiendas, tiendas increíbles donde vendían cosas como varitas, calderos, escobas (aunque no le permitían tener una), mascotas, etc.

- ¿Tienes la lista de materiales? – preguntó su padre mientras miraba de un lado a otro.

- Ajá, pero primero necesitamos cambiar el dinero... - la joven se acercó a una chico que parecía de su misma edad – perdone – empezó ella – estábamos buscando algún lugar donde poder cambiar nuestro dinero por dinero mágico – dijo esta.

- Lo siento, la verdad soy muy despistado y... - se disculpó el chico de pelo castaño y rostro redondo.

- Sin problema.

- Espera, llamo a mi abuela – este se giró y llamó a su abuela que apareció tras él con mirada dulce, pero severa, cuando el chico le explicó la situación, la mujer miró a la chica.

- Has tenido la mala suerte de preguntar a un chico muy despistado... Aunque en el fondo Neville es un buen chico... Gringotts está por allí – la mujer sacudió su varita de la que salió una especie de hilo luminoso que formó una especie de mapa flotante que les indicó el camino.

La Piedra Filosofal, Un Relato En Hogwarts [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora