12.-DESPIDIÉNDOSE DEL AYER

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La vi alejarse por el pasillo del hotel zigzagueando, acomodando su bolsa en un hombro y luego en el otro...

Me quedé temblando. ¡Qué situación tan confusa!

¿No hubiera sido mejor hacer lo que Sana quería y quedar en paz en lugar de haberla agraviado así?

 «No», me contesté de inmediato, «definitivamente el clavo que usé sólo hará menos daño y entrará menos profundo que el que juntos dejamos de usar».

Sana carecía de armas para dañarme. Su único recurso podía ser la difamación, pero si nos hubiésemos convertido en amantes, la orquesta sonaría muy distinto: ella me tendría literalmente en sus manos; podría chantajearme, acusarme con la verdad (¿cómo se defiende uno de la verdad?), e incluso exigirme más cada vez sin que yo pudiera chistar...

En fin. ¿Hasta cuándo iba a dejar de meterme en líos? 

Cerré la puerta y la aseguré interiormente con la contraseña.

Encendí el televisor y durante casi una hora traté de distraerme cambiando los canales uno tras otro. Fue inútil.

Lo apagué desganado.

Iban a dar las once y media de la noche. Seguramente Seulgi estaría todavía despierta. Marqué el número del hospital, pedí que me comunicaran al piso de terapia media y, cuando me atendieron, solicité hablar con la madre del pequeño Park Jungkook. Esta vez no me preguntaron quién llamaba, pero en cambio, después de decir «un momento», me tuvieron suspendido del aparato por casi diez minutos. 

—¿Bueno? —contestó finalmente mi esposa con voz baja.

—Hola, Seulgi.

Me reconoció de inmediato y se quedó muda. Tuve miedo de que colgara, así que me apresuré a decirle:

—Quiero darte las gracias por haber levantado los cargos.

Continuó en silencio. ¿Estás ahí?

—Sí

.¿Cómo sigue Jungkook? 

—Igual...

—Seulgi. Yo sé que no es coherente, pero hoy aprendí muchas cosas. ¿Podríamos hablar mañana?

—No —esta vez su voz sonó terriblemente segura—. Ya no tenemos nada de qué hablar. Simplemente déjame en paz. 

—Pero...

¡Grábatelo en tu cabeza de una vez por todas —me interrumpió—: Nuestro divorcio es i-rre-ver-si-ble!

Me quedé frío y sin aliento.

El tono intermitente de la línea telefónica siguió casi de inmediato a la última afirmación de Seulgi.

Durante horas di vueltas en la cama sin lograr dormirme. Mi cuerpo estaba exhausto hasta el dolor, pero mi mente seguía trabajando, conjeturando, hilvanando ideas. Encendí la luz y miré el reloj. Iban a dar las tres de la mañana. 

Me puse de pie un poco mareado.

«Distrayendo la sesera puede ser que pesque el sueño», me dije buscando a mi alrededor algo que leer.

¿Cómo se engaña al pensamiento cuando nos hallamos en el filo de una navaja enorme que hace las veces de frontera en nuestro destino? No podía permanecer sobre la aguda hoja porque en pocos minutos mi resistencia llegaría al límite y sería cortado en dos, como un limón; tampoco podía saltar hacia atrás porque el pasado me rechazaba abiertamente; y definitivamente no quería saltar hacia adelante porque el futuro me daba terror. 

Psychology || Seulgi [✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora