Capítulo Setenta y Siete

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"Juntos para siempre"

Fiorella

Por mucho tiempo, en lo único en lo que podía pensar era en ser libre.

Salir del castigo que era para mí el estar con mi familia, la sentencia que creí merecer. Cada golpe que recibí, cada insulto y desprecio era como una cadena atándome a ese calabozo del que no podía salir. Pero lo hice, salí de aquella oscura nube que me atormentaba.

Sin embargo, los demonios me alcanzaron y me arrastraron con ellos. No había nadie más que me retuviera más que mi mente, que se encargaba de recordarme una y otra vez que no valía la pena, que siempre sería esa chica débil que todos pueden pisotear, y ella no hará nada al respecto. A ellos también los vencí. Les demostré la fuerza que hay dentro de mí, que no hay cosa que no pueda lograr ni obstáculo que superar.

Por otro lado, no podía cantar victoria aún. Todavía había personas que no querían verme salir adelante, que se encargaron de hacerme retroceder. Querían destruirme. Pero lo que ellos no sabían es que solo me estaban poniendo a prueba, que sus planes solo servían como motivación. Para que no me rindiera y que demostrara que a pesar de todo lo que he pasado, todos los errores que cometí y los caminos equivocados por los que crucé, los enfrento y que sin importar lo que pase, no dejaré que me lleven de nuevo hacia abajo.

Y así lo hice. Acabé con ellos. Ahora no son más que cicatrices de guerra que porto sobre la piel.

Respiro el aire fresco del ambiente, cerrando mis ojos ante la sensación de paz que me transmite. Mi piel se eriza ante la brisa, pero apenas y me inmuto, porque la felicidad que corre por mi cuerpo no me permite sentir nada más.

Los días han pasado, y no puedo evitar sentirme tan bien de mirar atrás y darme cuenta de que todo lo malo se ha ido, que lo único que me queda ahora es disfrutar del presente y esperar por el futuro. Aunque el único futuro que estoy teniendo ahora son vacaciones porque debo guardar reposo debido a mis lesiones.

Después de la cita con el doctor Marshall, todo parece ir viento en popa. Afortunadamente, mi dolor estomacal era resultado de una inflamación intestinal, no una obstrucción. Lo de mi espalda sí fue un poco más grave; un esguince en segundo grado, el cuál fue el responsable del crujido que escuché cuando Basili me lanzó al suelo. Esa lesión me ha costado muchas horas en la piscina haciendo ejercicios de rehabilitación que solo Dios sabe cómo he logrado hacer.  Realmente se lo debo a Vera, que es la que me ha estado ayudando con ello, debido a que practicaba natación en la escuela. Y aunque no quiera admitirlo, sé que Massimo tiene un poco que ver con ello. Es más que obvio que ese hombre no permitiría que un tipo esté conmigo en una piscina con solo unas bermudas y un bikini de por medio. A pesar de permanecer en el anonimato, no se salvó de una reprimenda de mi parte.

No obstante, debo darle cierto reconocimiento porque ha estado haciendo las cosas bien.

Cuando él dijo que se empeñaría a conseguir mi perdón y reconquistarme, no creí que fuera tan en serio. En estos días, no ha parado de ser lo más atento posible, tratando de que esté lo más cómoda posible y que nada haga falta para mi recuperación. Ciertamente ha hecho las cosas más llevaderas para mí, al volver a la casa D'Amico.

Al principio, no pude evitar sentir miedo, como la primera vez que llegué, miedo a no ser aceptada, que tal vez ya no fuera bienvenida aquí, sobre todo por Carlo, quien no hizo más que dejarme en claro lo feliz que estaba con mi partida. Pero al entrar a la casa con mis cosas, lo único que pude percibir fue amor y buen recibimiento. Rosalía, quien ya se había encargado de cuidarme los primeros días, fue de las primeras en recibirme, acompañada de Franco y algunas chicas del servicio.

Massimo (Familia Peligrosa I) ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora