¡Cuidado! ¡Éso es malo!

300 56 52
                                    

Aunque eran viejas memorias, ella lo recordaba

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Aunque eran viejas memorias, ella lo recordaba. Se miraba en un espejo y sabía que no eran cosas bien vistas. Porque todos la miraban, le analizaban y concluían de que era rara. Se tocaba por las mañanas las mejillas mientras se cepillaba los dientes para irse a la escuela, palpando esas manchitas que no eran del todo negras pero esporádicas, no se borraban cuando se lavaba, lo sabía, se restregaba fuertemente la cara hasta que su madre la detenía preocupada.

Miki, cariño, ¿por qué te lavas la cara así?

Mami, no lo entiendo –acentuó las cejas para evitar el colapso de las lágrimas por sus regordetes mejillas–. Tú no tienes manchas.

Con la toalla sobre su cabeza mojada, alcanza las manos pequeñas, pero fuertes, al rostro de su madre sin hacerle daño. Dibujando con sus diminutos dedos la cara madura sin marca alguna.

Cariño, son pecas. Y no son malas.

¿Por qué su madre le decía éso, cuando a los ojos de todos, si eran malas?

Recuerda que en el patio de juegos de la escuela, le decían fenómeno. Que su cara daba asco y que no merecía la pena. ¿Qué culpa tenía ella? Era su cara...

Pero no era sólo eso. Poco a poco fue más que su cara. Sus hombros empezaban a mostrar signos de pecas y su espalda también, sus manos, sus brazos. Incluso sus muslos. A la edad de 10 años había escuchado por boca de la maestra hacia otro que las pecas se producían por el sol. Intentó evitar el sol por unos cuantos meses. Cuando sus primos y tíos le invitaron a la playa, ella le rogó a su madre que la dejara en una parte con sombra pero terminó yendo a regañadientes, con un sombrero del tamaño de su cuerpo y lentes de sol para niños. Y por más que haya tratado de evitar a esa genuina esfera gigante de rayos solares, las pecas seguían apareciendo en sus ilusiones.

Recuerda a su primo Takeda Ittetsu mirarla de regreso en el auto y le preguntó si se sentía bien, ella le negó con las mejillas infladas. Le dijo que odiaba las cosas que tenían manchas. Riendo suavemente por esa respuesta tan infantil, le agregó un cambio de eje a su situación: —Miki-chan, las pecas no son tan malas –la pequeña lo mira por el rabillo del ojo estando posada en la ventana del asiento trasero–, ellas no hacen daño, son impredecibles y son diferentes. Nunca tengas miedo de tu piel. Jamás olvides eso.

Le cayó como ráfaga de viento helado a sus costillas. Y eso que recibía el aire de la carretera sacudiendo su cabello por debajo del sombrero. Creyó que su primo no entendía lo que pasaba pero cuando entró en la escuela secundaria, comprendió que la que no entendía era ella.

Fue un golpe. En seco, pero fuerte. Contagioso. Satisfactorio, lleno de altura.

No, ella no había recibido un puñetazo pero claro que tuvo ganas de meterle uno al sujeto del segundo año cuando la vió salir con su traje de gimnasia para la clase de educación física. Estúpido ignorante. Claro que debía usar pantaloncillos para la clase y por supuesto que todos verían sus pecas a flor de piel. Por supuesto que todos la miraron pero ella desde el suelo, haciendo estiramientos lo vió por primera vez, lo escuchó, lo asimiló y creyó que la sensación era diferente a todo lo que había vivido: una pelota pequeña de color blanco atravesaba el campo verde fuera del gimnasio de baloncesto.

Sunflower Miracle ━ Hinata ShouyoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora