Parte única

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El sol había bajado hasta convertirse en un amasijo tenue de colores naranjas, rojos y amarillos que se colaban con indiferencia por las ventanas superiores del gimnasio. La silueta de la ventana, alargada por el piso daba la sensación de ser un reflector naranjo enfocando a Atsumu Miya, girando la pelota en sus manos mientras visualizaba hacia qué punto arremeter con su saque.

Estaba solo, acompañado sólo de la luz del ocaso filtrándose y acariciándole las pantorrillas con el último resquicio del calor del día, y de los balones desparramados al otro lado de la cancha. Su hermano, Osamu, se había despedido –si puede tomarse como despedida una sarta de insultos– y se había marchado junto a Suna, precedidos, varios minutos antes por el resto del equipo. Bueno, por casi todo el resto del equipo.

Atsumu lanzó el balón al aire y cogió impulso. Dio un salto magistral hecho de la tensión de todos sus músculos e imprimió toda su fuerza al contacto de su palma con la pelota. En menos de un segundo se estampó contra la última línea de la cancha. Chasqueó la lengua. Consciente de que sus saques eran buenos, no obstante, no eran perfectos y ni siquiera se acercaban al estándar de bueno que deseaba lograr con ellos.

Se acercó al canasto en busca de otra bola pero no encontró ninguna. Tal vez en el otro canasto habría más. Dio dos pasos en dirección a la presunta fuente de balones pero se detuvo girando entonces en dirección a la multitud que había desparramados al otro lado del gimnasio. Desechó la idea de utilizar más. De seguro Kita no lo ayudaría a ordenarlos de nuevo puesto que estaba ocupando el gimnasio fuera del horario formal establecido para prácticas.

Shinsuke Kita.

En ese instante estaba seguro que debía encontrarse en el salón del club realizando sus actividades rutinarias, sacudir, barrer, ordenar cualquier cosa que hubieran dejado literalmente tirada en un rincón –actividad casi exclusiva de él y Osamu– o incluso estudiar o meditar sumido en el silencio. Kita era un muchacho tan serio y de aspecto frío, sus palabras contenían verdades irrefutables y jamás lo había visto perder el control. Y a pesar de su actitud casi robótica, como muchos mencionaban, al estar a su lado continuamente siendo regañado por él y en muchas ocasiones siendo sólo supervisado, se había dado cuenta de que su madurez podía ser aterradora a veces pero también podía ser suave.

Atsumu siempre había sido enérgico y junto a su hermano siempre habían representado un dolor de cabeza para quienes los rodeaban, por ello, no era extraño que dentro del equipo requirieran de disciplina y un cable a tierra, este por supuesto era Kita. El estar cerca de Kita se había transformado desde sentir una presencia tan pesada como un bloque de hierro escrutándolo y manteniéndolo bajo control a un manto tibio y prístino envolviéndolo. Para Atsumu, Shinsuke Kita ya no representaba una persona mecánica ni mucho menos un robot, al menos ya no tanto. Para Atsumu, el capitán representaba una inquebrantable y tranquila presencia caminando entre sus cuerpos y empujándolos hacia adelante constantemente. Una persona a la que cuando buscaba con la mirada siempre estaba mirándole, no habría una sonrisa, no, pero habría absoluta confianza en sus pupilas, tanta que podría transmitirle al cuerpo entero la seguridad para escalar hasta la cima del mundo. Para él, Kita, era más que la imagen del mejor capitán existente –porque lo era, lo creía con fervor–, era la imagen de la mejor y más hermosa persona del mundo. Para él Kita era seguridad, firmeza, tranquilidad y belleza.

Decidió entonces acabar su día de entrenamiento y ordenar. Era su responsabilidad después de todo.

Al terminar ya no quedaba luz diurna más que unos profusos rayos a la distancia manteniendo un tenue gris pintando el cielo. Pensó en ducharse, pero lo obvió al final. Había pasado mucho tiempo y si bien la paciencia del capitán parecía ser infinita no estaba seguro de que estuviera muy feliz después de haberlo esperado esa cantidad de horas extras. Así, pues, salió del gimnasio cerrando estruendosamente la puerta, no cerró con llave puesto que el dejarle la llave para cerrar por sí mismo no estuvo dentro de los planes de Kita bajo ninguna circunstancia, en palabras del mismo. Se dirigió hacia el salón del club. La puerta estaba entornada, sólo la empujó. Kita se encontraba sentado en la banqueta con un texto de historia en las manos y Atsumu se preguntó cómo podía ser que incluso al estar leyendo tuviera una postura tan perfecta y una tranquilidad tan absoluta.

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