42. Lo que todo demonio quiere

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Nunca me había sentido tan cerca de la muerte como cuando lo vi caminando en dirección a los otros invitados

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Nunca me había sentido tan cerca de la muerte como cuando lo vi caminando en dirección a los otros invitados. Mi expresión de terror debió de ser tan evidente que Leviatán se acercó a ver cuál era el problema.

—Parece que hayas visto un fantasma, ¿qué ocurre?

—Nada —negué asustada—, ve con los chicos. Tengo algo que hacer.

—No quiero —resopló—. No después de haberte visto hablando con Asmodeo hace tan solo un minuto.

—¡¿Qué?! ¡¿Lo sabes, entonces?!

—¿Qué te dijo? No hace falta que lo ocultes. —Tomó mi brazo y tiró de mí para alejarme unos metros de la multitud.

—Tengo que ir al evento, me están llamando, por favor.

—Él fue quien trajo esa pintura, ¿verdad?

—¡No tengo ni idea! —Me solté con brusquedad—. ¡Tengo otras responsabilidades, no sé cómo van a arreglárselas con As, pero no cuenten conmigo!

Mi corazón latió como si fuera a escaparse de mi pecho. Dania me estaba llamando desde hacía minutos, y yo solo podía pensar en el peligro que nos rodeaba. No es que me sintiera del todo segura con ningún demonio, pero, si era honesta, As era el último con el que deseaba encontrarme.

Arrastré mis pies hasta el centro del quincho. A esas alturas, ya me había olvidado de lo que tenía que decir para presentar los cuadros. Me limité a ser el apoyo moral de Dani, la verdadera capitana del grupo.

Observé el espacio a mi alrededor; sin embargo, Asmodeo había desaparecido. Imploré a todos los ángeles para que no se encontrase con los chicos.

Era imposible que esta noche saliera bien.

Al menos mi padre dijo que se llevaría mi cuadro; si bien no le convencía la temática, quería apoyar nuestro proyecto.

Cuando terminé de balbucear tratando de explicar lo que representaba mi obra, Dani tiró de mí para llevarme a un lado. Me conocía lo suficiente como para notar que estaba actuando por pura inercia.

La música cambió a una canción lenta, las luces adoptaron tonos cálidos. Nos acercamos a la mesa de los aperitivos para que ella pudiera interrogarme y, con cada paso que dábamos, mi cabeza repasaba las excusas que daría una persona normal. Mentirle era cada vez más complicado.

—Val, ¿te dio ansiedad? ¿Estás muy nerviosa? —indagó Dania.

—Yo... —Llevé mi mano a una fruta cualquiera sin despegar mis ojos de los suyos, intentando volver a la realidad—. Estoy confundida, no pasa nada.

Una mano chocó con la mía en el plato. Me arrebataron mi trozo de sandía.

—¿Saben que las semillas de sandía son un afrodisiaco natural? —comentó la misma voz masculina que me había saludado antes—. Se las recomiendo.

Un templo encantador │YA EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora