Martes, 20 de octubre.
Elizabeth me ha acercado al coche. He estado a punto de proponerle que desayunásemos juntas, pero he imaginado que tendría cosas que hacer y me he limitado a despedirme de ella.
Cuando subo al coche, me entra una llamada. Cierro la puerta y la acepto.
—Me siento sola. —La voz de Angela Ziegler retumba gracias al manoslibres. Doy un leve respingo y me giro hacia Elizabeth. Está montando en su cicloplaneadora, pero ladea la cabeza en mi dirección. ¿¡Lo ha oído!? Tardo unos instantes en darme cuenta de que se está poniendo unos auriculares deportivos de esos que rodean las orejas. Me pregunto qué escuchará... Aunque, sea lo que sea, confío en que esté lo suficientemente alto como para tapar a Angela. ¡Pero no tanto como para propiciarle un accidente de tráfico! Ay...
—¿Amélie? —insiste la suiza, quizá un poquito cortada por mi silencio.
—Je suis désolé, chérie. Estaba poniendo el manoslibres —improviso. Esta chica podría probar a saludar de vez en cuando en vez de soltar las cosas sin ningún filtro cuando descuelgo—. Ehh, ¿quieres que desayunemos juntas?
—Un café —me dice en un tono que suena a sonrisa.
—¿En Elise te parece bien, Angela?
—Sí, perfecto.
—Te veo allí en media hora.
Al final sí que voy a desayunar acompañada.
Llego a mi apartamento preguntándome qué clase de música iba escuchando Elizabeth con sus auriculares. ¿Country, como buena estadounidense sureña? Le pega algo tipo Taylor Swift. ¿O quizá pop? Pienso en su desordenadísima habitación, pero no arroja la menor pista respecto a sus gustos musicales. Supongo que eso es algo que sucedía en el pasado. En las películas y los libros antiguos siempre hay escenas donde alguien entra en la casa de otra persona y observa sus vinilos, cassettes o directamente CDs. Entonces charlan apasionadamente sobre música (jazz casi siempre).
Todavía divagando, me meto en la ducha.
Al salir, tras aplicarme el desodorante y las cremas, recojo mi ropa y me doy cuenta de que huele al tabaco de Elizabeth, a su perfume de vainilla y al suavizante de rosas. La echo rápidamente a lavar porque me produce una sensación extraña (es extraña porque no es desagradable, ¿vale?). Luego vacío mi copa menstrual, que ya apenas tiene un par de gotas de sangre, y la limpio. Me la pongo sabiendo que para esta noche ya no la necesitaré. Por último, cepillo mis dientes y desenredo mi pelo. Hoy no tengo ningún ensayo, así que voy a llevarlo suelto.
Estoy lista para irme. Miro la hora en el móvil mientras me dirijo hacia la puerta, y recuerdo que ayer no tuve el cargador conmigo. Vuelvo a la mesa junto a la que se cayó para cogerlo.
... y lo encuentro enchufado.
Sé que se quedó tirado en el suelo. No lo recogí y tampoco lo conecté. Eeso significa que otra persona lo ha hecho.
Alguien se ha colado en mi habitación.
No, no, no. No puede ser. Miro a mi alrededor intentando descubrir si hay algo más fuera de lugar. Nada. Todo parece normal. ¿¡Qué ha pasado!? Tuvo que ser un lapsus por mi parte. ¿Dejé el cargador así y no lo recuerdo? Porque, bien pensado, ¿¡quién iba a allanar un apartamento para cargar su móvil!?
Pero yo no lo enchufé. Estoy segura. Primero dejé el cómic, luego lo puse boca abajo y tiré el bolso, recogí las cosas y, cuando Yuna se fue, volví a por el cómic y ya me dio igual que se hubiese caído algo: quería leer.
Me derrumbo.
No puedo más. De verdad que no puedo más... Estos días están siendo infernales. Y estoy perdida. Cansada. Harta.
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Suave como la seda [Overwatch]
FanficAmélie, una estudiante de artes escénicas en la prestigiosa universidad femenina de Overwatch, mide cuanto hace y dice para dejar en buen lugar a su familia. Tiene la ventaja de ser muy popular, pero le da pánico que alguien descubra su pasión por e...