Liam los saludó con una sonrisa traviesa, sin soltar en ningún momento las manos de dos rubias clonadas que lo acompañaban. Su aspecto era típicamente inglés: pálido, pecoso y sonrosado. Vestían como si acabaran de atracar juntas la sección de fiesta de un Primark y reían tontamente, convencidas de que Liam era el chico más divertido sobre la faz de la Tierra. Irene lo miró. Estaba molesta, porque su presencia arruinaba el clima agradable de la noche, justo cuando se estaba poniendo interesante, pero no le dijo nada. Habían pasado dos semanas desde su cita fallida y se dio cuenta de que ya no sentía nada por él. Incluso las arruguitas de las comisuras de sus labios ya no le parecían ni tan perfectas ni tan encantadoras. —Hola, Liam —saludó Hugues. —Irene, ¿no dices nada? Mis amigas quieren conocerte. Han oído decir que vas a fundar una especie de asociación en defensa del amor eterno. ¡Abajo los rollos de una noche! Ése es tu lema, ¿no? Ellas no se lo acaban de creer, pero yo les he asegurado que es cierto. Hoy mismo, en clase de literatura, he oído tu discurso fundacional. Os lo he contado ya, ¿verdad, chicas? Las rubias soltaban risitas de conejo. —Liam, justamente hoy estaba pensando en ti —intervino Peter—. Resulta que tengo encima de mi mesa una nota para tus padres. Te has saltado dos veces seguidas la fecha de entrega de los trabajos y, como sabes, eso va contra las normas. Si no recibo todo lo que me debes el lunes a primera hora, enviaré esa nota sin falta. Y ahora, si nos disculpas, estábamos a punto de cenar. Yo de ti me iría ahora mismo a trabajar. Adiós, chicas. Una de las rubias rio a destiempo, quizá sorprendida al ver a Liam tan fácilmente noqueado, y él la fulminó con la mirada. Tironeó de la mano de la otra y se marchó con ellas hacia una mesa del fondo, visiblemente enfadado. —¿Estás bien, Irene? —preguntó Hugues, mirándola con preocupación. —Sí, gracias, no pasa nada. Creo que ha bebido demasiado, eso es todo. ¡Lo de la nota para sus padres ha sido genial! ¿Cómo se te ha ocurrido tan rápido? —Lo del aviso es estrictamente cierto. Me temo que Liam va a tener dificultades para superar mi curso, a menos que cambie de actitud. Antes de que pudieran retomar la conversación, el señor Ward apagó las luces y un potente foco brilló de improviso sobre la pequeña plataforma que hacía las veces de escenario. De inmediato se oyeron silbidos y aplausos, y todos los presentes, como una sola voz, empezaron a corear un nombre: —¡Archie! ¡Archie! ¡Archie! Un parroquiano que ejercía de presentador voluntario en todos los festejos del pub entró en escena. Archie iba vestido con una chaqueta de tweed que le iba estrecha, un chaleco de lana con grandes botones y unos pantalones de pana marrón. Parecía listo para participar en la caza del zorro o en una competición de tiro al plato. Pero, en lugar de eso, cogió una trompeta que emulaba el ruido ensordecedor de unasirena de barco, y también un micrófono. Tras un largo pitido que atronó como si un transatlántico acabara de embarrancar en medio de la sala, se puso a dar voces: —¡Noche de karaoke! ¡Noche de karaoke! Veamos, ¿qué día es hoy? ¿Es lunes? El público coreó: —¡No! —¿Martes por la noche? —¡No! —¿Miércoles, quizá? Sí, ¡es miércoles por la noche! —¡No, Archie, no! —el público enloquecía, y Archie seguía dando bocinazos. —¡Ya sé! ¡Es jueves! —¡Que no! —Pues decidme: ¿qué maldito día es hoy? ¡Decidlo! —¡Viernes, Archie! ¡Viernes! —¡Es noche de karaoke! ¡La gran noche del karaoke! Irene se moría de risa. Por lo que ella sabía, el té, la cerveza y el karaoke formaban parte del folclore inglés casi a partes iguales. Apoyó la barbilla sobre las palmas de las manos y se acodó en la mesa, preparada para disfrutar del espectáculo. Archie anunció que aquella sería una noche especial, puesto que el público podría votar la mejor interpretación y el ganador tendría un premio sorpresa. El pub retumbó con una gran ovación. Enseguida empezaron a desfilar clientes que, micrófono en mano, destrozaron los grandes éxitos del pop de los últimos cincuenta años. Los más mayores escogían temas de Elvis Presley, los Beatles o Abba. Los jóvenes, algunos de ellos compañeros de Irene, cantaban cualquier cosa que les pusieran por delante, desde Madonna hasta las Spice Girls, pasando por Fiona Apple con su Across the Universe, y hasta Enrique Iglesias. Una de las rubias insípidas de Liam subió al escenario y escogió, como no podía ser de otro modo, Rehab, de Amy Winehouse. Peter, Irene y el resto del público apenas podían contener la risa ante sus maullidos desafinados. La pobre no se daba cuenta de lo mal que cantaba y seguía insistiendo en que no iba a ir a rehabilitación, no, no y no, con voz nasal y totalmente fuera de tiempo. Dentro de aquella patética actuación, la rubia dio un dramático manotazo al aire, con tan mala fortuna que su top palabra de honor se vino temporalmente abajo, mostrando unos pechos más bien tristes sin el auxiliador relleno que les daba forma. Por si aquello fuera poco, sus amigos decidieron secundarla y se encaramaron a la plataforma para cantar a voz en grito la versión más patética jamás escuchada de I Want To Break Free . Los tres estaban tan borrachos que se peleaban por el micrófono y no acertaban con la letra. Se oyeron silbidos y abucheos hasta que Archie los invitó a salir de escena. Hizo salir a una chica morena que defendió un tema de Carly Simon, You're So Vain: You walked into the party Like you were walking onto a yacht Your hat strategically dipped below one eyeYour scarf it was apricot You bad one eye in the mirror As you watched yourself gavotte And all the girls dreamed that they'd be your partner They'd be your partner, and You're so vain You probably think this song is about you You're so vain I'll bet you think this song is about you Don't you? Don't you? You had me several years ago When I was still quite naive Well, you said that we made such a pretty pair And that you would never leave But you gave away the things you loved And one of them was me I had some dreams, they were clouds in my cof ee Clouds in my cof ee, and You're so vain [3] Irene se divertía y aplaudió a rabiar a la chica, que parecía haber escogido aquella canción en honor de Liam. Archie dio paso al último tema, interpretado por un grupo que había elaborado una graciosa coreografía. —¿Por qué a los ingleses os gusta tanto el karaoke, Peter? —No lo sé, quizá sea una válvula de escape. Somos un pueblo flemático y siempre andamos escondiendo nuestros verdaderos sentimientos. El profesor de gramática la contemplaba fijamente desde hacía rato, sin hacer caso de lo que sucedía en el escenario. Irene notaba su mirada, que le quemaba la piel, y esta vez no se arredró. —Yo también sé lo que es construir muros para que nadie pueda ver en el interior de tu alma. Pero estos días he decidido derribarlos todos. A partir de ahora, no más barreras. Sólo yo, Irene, sencillamente yo. Se habían ido acercando para hacerse oír entre el fragor de las voces enlatadas del karaoke. Tenían las cabezas muy juntas e Irene pudo sentir la calidez de su aliento. Los ojos de Peter no se apartaban de los suyos, como si efectivamente, quisiera leer en su interior. —No creo que sea necesario nada más. Simplemente tú —sentenció él, con la voz medio rota al final de la frase. Animada por su segunda jarra de real ale, Irene se acercó un poco más y le cogió la mano con suavidad. El profesor dio un respingo y la retiró de inmediato, como si un sortilegio hubiera roto el hechizo.—Creo que es mi turno —dijo caminando hacia el escenario.