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La vida de Alizeth cambió para siempre el día que su madre se quitó la vida. Las sombras de aquella pérdida la acompañaron en cada paso, y no hubo rincón en su alma que no fuera tocado por el eco de ese dolor. Sin embargo, en su viaje hacia Vancouver para vivir con su padre, jamás imaginó que algo, o alguien, pudiera darle una razón para seguir adelante.
Fue entonces cuando conoció a Finn Wolfhard, un chico de mirada intensa y espíritu libre, que parecía ver más allá de las heridas que ella intentaba ocultar. Finn tenía una luz especial, capaz de iluminar las partes más oscuras de su vida, y con cada día que pasaban juntos, le mostraba un mundo distinto, uno en el que tal vez sanar era posible.
Alizeth aprendería que, a veces, para reconstruirse solo hace falta un alma que nos muestre el camino.