Dianne-Hargreeves
- Leituras 403
- Votos 52
- Capítulos 5
Todos dicen que el amor es para siempre...
Y yo lo creí, cada noche que Five me lo susurraba al oído con esa voz baja que me hacía prometerle el mismo para siempre.
Conocer a Five fue lo más inesperado de mi vida, pero desde el principio sentí que éramos como dos piezas rotas que, al encontrarse, encajaron sin esfuerzo.
Él me enseñó a amar con una intensidad que dolía, con pasión, con esa posesividad que a veces confundía el amor con el miedo a perder.
Yo le enseñé la ternura, la calma que no conocía, la vulnerabilidad que nunca quiso mostrar, y a decir "te amo" sin tener que esconderlo en un gesto.
Nos casamos un mes después, como si quisiéramos retener el instante antes de que la vida cambiara.
Y cambió.
Descubrimos que seríamos padres.
Cuando Noah nació, con sus ojos -los de él-, todo pareció tener sentido.
Era nuestra pequeña eternidad, el motivo que nos mantenía despiertos y juntos.
Pero nada dura tanto como uno desea.
Cuando Noah cumplió cinco años, las grietas comenzaron a mostrarse.
Five sin trabajo, la muerte de su padre, mi intento desesperado por mantenernos a flote...
Y un día simplemente se rompió.
Sin gritos, sin despedidas heroicas. Solo el silencio de lo inevitable.
El matrimonio ya no funcionaba.
Decidimos darnos tiempo, aunque en el fondo sabíamos que ese "tiempo" era el principio del final.
Se convirtió en divorcio.
Fue decisión de ambos... o quizá más mía, porque pensé que era lo correcto, aunque doliera.
Five nunca dejó de venir a ver a Noah.
Nunca dejó de estar.
Cumpleaños compartidos, tardes de juegos, discusiones por llegar sin avisar...
Y aun así, en medio de todo eso, cuando sus ojos se cruzaban con los míos,
había algo que seguía ahí -algo que el tiempo no supo borrar del todo-.