CamilaSnchez789
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El zumbido constante de la máquina de tatuar llenaba la habitación, mezclándose con el olor a tinta y cuero nuevo. Kant se inclinó sobre la piel de su cliente, concentrado, pero sus pensamientos vagaban, como siempre, hacia lo imposible: el riesgo, el juego, la emoción de lo prohibido. Siempre había sido un hombre seguro de sí mismo, un conquistador nato, y sus ojos-oscuros, intensos, observadores-habían dejado a más de una persona sin aliento. Hasta que apareció Ray.
Ray entró al estudio con una confianza desbordante, una sonrisa traviesa y esa mirada que podía prender fuego a cualquiera. Su porte era impecable, atractivo sin esfuerzo, y el simple roce de su presencia aceleraba el corazón de Kant. Pero había algo más detrás de esa fachada coqueta y desafiante: un secreto que ardía en silencio, un demonio que lo consumía lentamente. El alcohol. Cada copa era un intento de controlar el mundo, cada risa eraconde un grito interno que nadie parecía escuchar.
Kant lo vio, y en ese instante supo que quería más que un simple juego. Quería ese fuego salvaje, ese caos irresistible, aunque ardiera en llamas. Ray, por su parte, sintió algo diferente: una atracción que no podía ignorar, un magnetismo que lo empujaba a acercarse a alguien que podía ser su salvación o su perdición.
Cuando sus miradas se encontraron, el mundo exterior desapareció. Solo quedaron ellos dos, dos fuerzas indomables destinadas a chocar, a consumirse y, quizás, a encontrar un equilibrio en medio del caos. La chispa se encendió, y desde ese momento, nada sería lo mismo.
Porque con Kant y Ray, la pasión no solo se vive... se devora.