Los pitidos entraban y salían de mi mente dejando un eco insoportable. El olor a detergente inundaba mis fosas nasales, mientras unas manos enguantadas me intentaban levantar. Mis ojos luchaban contra la luz blanca, era imposible ver algo. Estaba realmente asustado. No sabia que pasaba, ni dónde estaba. Sentí como una aguja atravesaba la piel de mi brazo. Entonces los pitidos cesaron, y el mundo volvió a cerrarse.

Una chica gris. Un álbum de recortes de asesinatos. Un chico al que le gusta jugar a ser un asesino. Un as de pique, y estás jodido. Este es un juego difícil de ganar, sobre todo cuando alguien se mete en medio y empieza a cambiar las reglas.