Purgatorio. Cielo o infierno. Es el orden, pasas toda tu vida haciendo cosas, pero solo importan hasta que te las arrojan a la maldita cara diciendo que eres una pecadora, que a pesar de llevar viviendo toda tu vida en el infierno aún te queda más por pagar. Pero no te queda nada. ¿Cómo pagas el daño que has hecho entonces? Con lo que quieres. Solo debíamos romper el círculo. Debimos alejarnos. En cambio, nos volvimos inseparablemente dependientes. No hay un pleno comienzo de esta maldita historia. Solo un jodido final.

Mi último acto de cobardía. ¿Tienes tiempo? Si no sabes quién soy, no me molestaré, tampoco corrige el nombre que venga a tu cabeza, no, es más, ponme el nombre que quieras, llámame anónima, si te apetece, imagina el tono de voz que te apetezca o cambia mis palabras, después de todo yo no puedo hacer nada. Solamente enviaré esta carta como mi último acto de cobardía. No queda perdón, ni rendición, solo tú y yo. ¿Estás listo, anónimo?

Mis ojos son míos, mis labios son míos, igual que mis manos, mi cuerpo entero me pertenece. Pero... No lo siento mío. Soy tuya. Yo siempre he sido tuya.

Hay una sensación que algunas personas quizás nunca sientan de toda su vida. Es un sentimiento que corrompe todo lo que crees y para el cual aun no he encontrado las palabras para describirlo, si lo sientes como lo he sentido yo. No puedes describirlo. Muchos lo llaman amor, yo lo llamó por tu nombre. P.D: Llámalo amor y todo lo que fuimos están entrelazados, pero no es necesario leer el uno para entender el otro

¿Cuándo sabes que ha acabado? Cuando es tarde.

Algún día conocerás a alguien. Una persona que va a conocer cómo te ves sin peinarte, cómo sonríes a solas, cómo lloras en las películas, cómo cantas en la ducha, cómo te emocionan tus manías, que conozca todo tus defectos. Que acabará conociendo todo de ti. Mucho más de lo que te crees. ¿Y sabes que? Te dejará.