AshleyMoa
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El rugido de los motores era ensordecedor, pero Charles Leclerc solo podía oír una cosa: la risa suave y traviesa de Lando Norris.
Lando, su Omega. Su Omega de fuego lento, de sonrisas tímidas y ojos chispeantes. El que lo volvía loco con un simple movimiento de caderas al caminar por el paddock con ese maldito traje ajustado de McLaren que marcaba todo. Charles se preguntaba a menudo si lo hacía a propósito. Si lo provocaba sabiendo lo fácil que era para él perder la cabeza.
Y la verdad era que sí.
Lando lo sabía. Y le encantaba.
Charles era el Alfa que todos respetaban: fuerte, elegante, dominante. Pero frente a Lando, se volvía otra cosa. Más crudo. Más posesivo. Más animal.
Y ese día, Lando lo estaba desafiando con cada paso.
-¿Te pasa algo, Charles? -preguntó el británico, ladeando la cabeza con fingida inocencia mientras caminaban hacia el hospitality.
-Tus caderas -gruñó Charles, bajo, cerca de su oído-. Te juro que si sigues moviéndolas así, te arrastro al primer cuarto que encuentre.