Michelle había pasado por el peor mes de su vida, muchos problemas y peleas la habían invadido recientemente, y como si no fuera poco, acababa de terminar con su novio, Eric, con el cual llevaba alrededor de dos años. Depresiva decide tomar el consejo de una amable señora que la invita a tomar su curso de repostería, es allí donde conoce a Michael, un sonriente rubio con una extraña obsesión a los pasteles de limón que le pone los nervios de punta.

A Aylan le gustaban muchas cosas. Le gustaban las mentas de café, aunque su madre le dijera que le dejaba un extraño olor. Le gustaban las películas y series infantiles, aunque provocara en ocasiones las burlas de sus primos. Le gustaba dibujar, aunque lo hiciera fatal. Y le gustaba Harriet, aunque no sabe si solo le gusta y ya o es algo más.

A Harriet le gustaban muchas cosas. Le gustaba el té, aunque todos preferían el café. Le gustaba leer, a pesar de que su madre se quejara de que era lo único que sabía hacer. Le gustaba llenar de besos a su sobrinita, aunque ella la odiara por ser tan molestosa. Y le gustaba Aylan, a pesar de que él ni siquiera la notaba.