RavenBartlettLupin
Desde hacía tiempo, su nombre resonaba en susurros, en expedientes manchados y entre los murmullos desconfiados de los pasillos del Ministerio.
Evangeline Black.
Un apellido poderoso, aunque en su caso no era más que una herencia maldita.
No reconocida por la familia, criada entre riquezas pero sin amor, sin padres, sin raíces. Un rostro que evocaba recuerdos dolorosos -cabello rojo como el atardecer en batalla, ojos verdes capaces de perforar el alma- y que a más de uno le hacía pensar en Lily Potter... si es que Lily hubiera sido más temeraria, más impredecible... más peligrosa.
Durante su primer año de formación como aurora, Evangeline había destacado como la mejor. Nadie podía igualar su destreza, su inteligencia ni esa arrogancia elegante que parecía innata. Pero en el segundo año, su imagen pública se fracturó para siempre.
No por errores.
Sino por lealtades.
Ayudó a fugitivos. Dio refugio a quienes tenían historias torcidas por las lenguas del poder. Entre ellos, Sirius Black, su primo lejano. La decisión fue su sentencia. La declararon traidora.
Y a ella no pareció importarle.
Mucho antes de eso, cuando aún era alumna en Hogwarts, su espíritu rebelde ya la diferenciaba del resto. Obstinada, desafiante, brillante.
Remus Lupin, entonces profesor, intentó guiarla, contenerla, protegerla. Pero ella siempre caminó por la línea que separaba la luz y la sombra, y nunca temió cruzarla.
Había otro que también la vigilaba desde lejos, aunque jamás lo admitiera: Severus Snape.
Entre ellos se tejió algo silencioso, tenso y adictivo. Una danza de provocaciones, de castigos, de labios robados entre amenazas y silencios.
Snape se resistía. Era mayor, oscuro, quebrado.
Pero se alejo sin decir nada, no quería herirla siendo ella tan joven.
Después de años Remus aun la recordaba y decidió buscarla, ayudarla.
Y fue entonces cuando Remus Lupin la encontró.
No como auror. No como mentora.
Sino como fugitiva.