El diablo se viste de santo y lo único que queda es pecar con él. Regresa el abogado Rostov. Un hombre cruel, sin escrúpulos, que no tiene debilidad alguna. O eso creía. El abogado más temido de todos se enamora de una mujer cuya apariencia juvenil lo pone contra la espada y la pared, tentándolo a lo prohibido y haciéndolo caer en lo más bajo de lo adictivo.

Era su oportunidad. Tenía todos los requisitos cubiertos y más: talento, precisión, vívida imaginación y la extraordinaria habilidad de plasmar la realidad en un lienzo. Si amaba lo que hacía y lo hacía estupendamente, ¿por qué entonces había sido rechazada? -Tiene talento señorita Hurst. Sin embargo-el director la miró duramente-lo único que veo es un cascarón. Antara sacudió su cabeza con dolorosa perplejidad. -¿Es usted una persona recatada, señorita Hurst?-el director cerró su portafolio de un golpe-. Las experiencias, del tipo que sean, colorean nuestras percepciones del mundo. El sentir va de la mano con crear, con pintar. No siente nada y por lo tanto no dibuja nada. El hombre extendió un dibujo extraído de su portafolio y lo observó con desdén. -Señorita Hurst, lo que quiero ver es vida, emoción, sentimiento...no sólo un festín para la vista sino también para el alma de uno mismo. ¿Desde cuándo el sentir era más importante que el trabajo duro? Antara había viajado medio mundo para entrar en aquella universidad y ahora necesitaba urgentemente sentir algo para lograr pintar de verdad. ¿Cómo demonios iba a lograrlo antes de que terminara el año?