La Mujer Equivocada ©
bgruth
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En cuanto la ví, supe de inmediato que sería mía.
Mi conejita.
Sola, asustada e indefensa.
Pidiendo a gritos con sus ojos de cervatillo, ayuda.
Necesitaba de un protector que la sacase de su jaula de cristal rodeada de hombres peligrosos con armas.
Ella no amaba a ese tipo, así que la robé llevándola lejos de esa prisión, a la que llamaba hogar.
Pero no soy un santo, soy egoísta, ambicioso y egocéntrico.
Me gusta poseer y destruir.
La salvé de su jaula sola, para ofrecerle la mía, más grande y lujosa pero de la que no saldrá jamás.