Él tenía todo lo que cualquiera podría desear: una familia unida, risas que llenaban los rincones de la casa y un futuro que parecía prometedor. Hasta que llegó... esa cosa. Un enemigo invisible, sin rostro ni forma, se infiltró en su vida sin dejar rastro. No deja heridas visibles, pero consume desde adentro, desgarrando lo que nos queda con paciencia y hambre. Las risas se apagaron poco a poco, reemplazadas por murmullos y por un silencio que parecía observar. Las paredes del hogar comenzaron a sentirse más frías y el aire más denso. Y mientras el hogar se llena de silencio y las noches se alargan, Sam Kairen comprende que hay batallas que no se pelean con armas... sino con esperanza. El amor, la fe y el miedo se mezclan cuando lo cotidiano se convierte en un campo de guerra. Y a veces, los monstruos más terribles no viven en la oscuridad. Viven dentro de nosotros. "¿Cómo se enfrenta uno a un enemigo que no se puede ver, no se puede tocar y tampoco se puede huir de él?"

​Con diploma en mano y el futuro en el aire, para Nea, el viaje a Santorini con sus amigos es la pausa perfecta antes de que la vida adulta la termine de alcanzar. Entre el azul infinito del Egeo y las calles encaladas de la isla, busca el escape, quizás algo de inspiración para su nueva realidad. Pero Santorini es más que una postal. Es el escenario donde los viejos lazos se fortalecen y las sorpresas emergen de entre las sombras del pasado y los susurros del presente. Cada risa compartida, cada mirada inesperada que compite con el color del mar, cada desafío, la empuja a un viaje interno tan profundo como los mitos griegos que la llevaron a este viaje. ​Desde la euforia de las primeras noches hasta la incertidumbre de los amaneceres, Nea aprenderá que la felicidad puede ser tan brillante como el sol griego, pero también que el corazón guarda secretos y anhelos que solo un lugar mágico puede desenterrar. Este verano lo tiene todo: amistad, autodescubrimiento y una conexión que desafía a lo ya conocido. Acompáñala mientras sus planes se desvanecen ante un destino que, quizás, era justo lo que la estaba esperando.

La humanidad se hundió en una oscuridad espesa, como si el cielo mismo hubiese sido devorado. El sol había muerto... o eso creíamos. Desde hace dos meses vivimos bajo una noche interminable, una sombra que arrasó con todo lo que alguna vez fue risas, luz y calma. El gobierno prometió protegernos, hasta que ellos aparecieron. Criaturas imposibles de describir del todo -demasiado humanas para ser bestias, demasiado inhumanas para ser hombres-. Se arrastran en los bordes de la oscuridad, donde las linternas tiemblan antes de morir. No cazan por hambre... cazan por placer. Aún escucho, incluso en el silencio más denso, el sonido húmedo de su festín: los huesos quebrándose bajo sus dientes, la carne desgarrada siendo chupada y vuelta a masticar, como si disfrutaran del eco del sufrimiento. A veces los gritos se mezclaban con el llanto de un bebé, y después... solo quedaba un ruido viscoso, un ruido que nunca se detiene. Son crueles, meticulosos. Obligan a su presa a seguir consciente, a mirar cómo sus propios órganos son arrancados uno por uno. No devoran rápido. No... saborean. Pueden pasar horas masticando sin tragar, jugando con los restos como niños con su comida, dejando que el cuerpo destrozado se acostumbre al dolor antes de arrancarle otro alarido. Y cuando la víctima deja de gritar, cuando el cuerpo ya no tiembla... se detienen solo para empezar de nuevo. Yo sigo aquí, escondido en este búnker, rodeado de cuerpos que ya huelen a óxido y desesperanza. No sé cuánto más resistiré, pero si la oscuridad no me traga antes... espero al menos vivir lo suficiente para cumplir los diecinueve.