En las profundidades de nuestra esencia yacen los ecos salvajes de la antigüedad; una verdad inmutable que dicta que el poder es el premio supremo del fuerte, del capaz. Aquellos que se elevan por encima de la mediocridad, que desafían la tiranía de la debilidad, son los que forjan su destino con manos inquebrantables. Los débiles, en cambio, se desvanecen en las sombras de la historia, relegados a meros espectadores o peones en el gran juego de la supervivencia. Mientras tanto, existen aquellos que se encogen ante la magnitud de esta realidad, que consideran su crudeza como una mancha en el lienzo de la civilización. Se esconden detrás de máscaras de virtud, temerosos de enfrentar la verdad desnuda y cruda de nuestra existencia. Pero yo, portador de la voluntad indomable, me he propuesto restaurar el esplendor perdido de este mundo. Mi visión trasciende la moralidad convencional; no hay precio que no esté dispuesto a pagar, no hay sacrificio demasiado grande. La gloria de antaño será revivida, y si para ello debo ser el artífice de la caída de incontables almas, que así sea. La historia me recordará no como un destructor, sino como un renovador, el precursor de una era dorada renacida de las cenizas del temor y la indecisión.

Después de hacer las entradas de Fallos de guión de Jurassic Park y de sus secuelas (en mi blog guionistaenfurecido.org) me di cuenta de que algunas lagunas podían solucionarse con bastante facilidad. Por esta razón y por muchas otras he decidido escribir el guión de una precuela-intercuela, es decir, que el principio transcurre antes de la 1ª película para después pasar sobre ella y quedarse en medio de la 1ª y El Mundo Perdido. Como el propio nombre indica, la acción transcurre en Isla Sorna, concretamente en los laboratorios que se ven en la tercera película. Los científicos son los protagonistas. La cosa parece ir bien, pero todo el imperio Hammond comienza a desmoronarse por el ansia de poder y dinero de otros directivos de Ingen. Y también por una tormenta que está en camino.