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"Hace dos semanas aún confiaba en ti."
Patricia Segura estaba a punto de sobrevivir. El cáncer estaba casi vencido, la reelección asegurada, la vida inclinándose, por fin, hacia ella. Incluso el flirteo con ese hombre tranquilo, imposible, necesario, comenzaba a tomar forma. Por primera vez en mucho tiempo, se permitía soñar.
Pero el futuro tiene un sentido del humor retorcido. Y cuando empezó a imaginar la posibilidad de volverse a sentir plena, el miedo regresó:
Más afilado.
Más certero.
Más íntimo.
Solo quedaba un ciclo.
Solo uno.
Desde entonces, cada latido le supo a una cuenta atrás.
Néstor Moa había aprendido demasiado pronto lo que significa sostener una mano hasta el final. Sabía lo que era perder a una mujer a causa del cáncer. Sabía lo que dejaba en el cuerpo, en la memoria y en la voz cuando uno pronuncia la palabra "sobrevivir" con la mandíbula apretada.
No planeaba enamorarse otra vez y muchísimo menos de ella.
De Patricia Segura.
La mujer que fue su paciente. La presidenta que desmanteló el modelo de sanidad pública que él defendía con el cuerpo entero. Una mujer brillante y compleja. Pero el corazón no entiende de ética ni de ideologías. No le importa lo correcto. Solo entiende que, cuando la mira, siente algo que había jurado no volver a sentir.