Majitomojito
El desierto no olvida.
Bajo su manto ardiente, guarda las huellas de quienes amaron, lucharon y ardieron por cambiar el curso del destino.
Finalmente, los dioses ofrecieron al dios de los desiertos una segunda oportunidad. Aquel que había sido condenado al exilio, al caos y a la soledad, recibió aquello que por siglos le fue negado, la posibilidad de amar y ser amado.
Así, el dios de lo indómito, transformó su fuerza y resistencia. Ya no la usaría para destruir y vengarse, sino para proteger la paz de los hombres. Y durante quince años, esa paz fue posible.
En las tierras del viejo continente, las enseñanzas de los Hijos del Desierto se convirtieron en faro y filosofía. Pero el mundo sigue girando, los vientos cambian... Y donde hubo fuego... las cenizas aún guardan calor. Porque el equilibrio, si no es universal... no es verdadero equilibrio.
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