MilagroAgostina057
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El amor no siempre termina con una puerta cerrándose. A veces se disuelve, como una canción que baja el volumen hasta desaparecer, sin que nadie sepa bien en qué momento dejó de sonar. Así fue con Simón.
No hubo gritos. No hubo traición. Solo silencios cada vez más largos, miradas que buscaban respuestas en otras direcciones, y ese momento incómodo en el que dos personas que se quisieron mucho se dan cuenta de que no saben cómo seguir queriéndose sin romperse.
De eso habían pasado dos años.
Estaba en la cocina de mi departamento, con las manos aún mojadas del lavavajillas, cuando sonó el teléfono. Reconocí el número enseguida. Era Martín.
-Hola, Vale. ¿Interrumpo algo?
-No, para nada... ¿todo bien? -pregunté, aunque algo en su tono me preparó para cualquier cosa menos una charla casual.
-Mirá... te llamo porque tenemos una urgencia. Juanjo tuvo que bajarse de la gira por un tema familiar. Nada grave, pero necesita tiempo. Y pensamos en vos.
Me reí por reflejo, nerviosa.
-¿Pensaron en mí?
-Sí. Lo hablé con los chicos. Y la verdad... sos la primera persona que se nos vino a la cabeza. Sos buena, Valentina. Profesional. Y te sabés nuestro ritmo.
-No sé, Martín. No creo que sea buena idea.
-¿Por Simón? -soltó, directo. Como siempre.
-No terminamos mal... pero tampoco bien.
-Justamente. Esto no es para revolver el pasado. Es trabajo. Un par de semanas. Nada más. ¿Podés pensarlo?
Lo pensé. Toda la noche. Y aunque mi orgullo gritaba que no, hubo algo más fuerte: la necesidad de cerrar un círculo. De enfrentar lo que quedó a medias. Y, si era posible, comenzar algo nuevo. Aunque no supiera qué.
A las seis de la mañana, con los ojos hinchados por no dormir, confirmé mi decisión con un mensaje.
"Ahí estaré. A primera hora. Movistar Arena."
Y así, con un bolso liviano y el corazón pesado, volví a ese mundo del que una vez fui parte. A la música. A los escenarios. A Morat.
A Simón.