ElJokerdelUNO
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En cada era, la humanidad ha buscado un faro.
Un héroe que, erguido entre las sombras, sirva como promesa de que el bien aún respira en el mundo.
Ese héroe -el opuesto absoluto a la crueldad y la desesperanza- se eleva como un faro de luz, inmaculado, incorruptible, casi más idea que hombre.
Su misión: ser el ejemplo perfecto. El ideal imposible al que todos deberían aspirar.
Un símbolo. Una esperanza. Una razón para luchar.
Pero toda luz proyecta una sombra, y toda perfección es una cárcel.
El contraopuesto de ese héroe no es un villano, sino alguien que rechaza el pedestal.
Una figura que, aun portando el mismo manto, rehúsa la ilusión de la divinidad y la pureza sin mácula.
No busca ser adorado, ni convertido en leyenda intocable.
Prefiere ser carne y hueso, con virtudes y defectos, con victorias y fracasos.
Alguien que no promete salvar al mundo... pero que se compromete a estar allí para él.
La persona elegida para cargar con ese legado -el manto del ser que, durante generaciones, encarnó la esperanza- no pretende imitarlo como una copia exacta.
Decide seguir su ejemplo, sí, pero no sus pasos calcados.
No como un dios que desciende de los cielos, sino como un hombre que camina entre los demás.
No como un mito intocable, sino como una presencia real que se ensucia, que duda, que siente miedo... y que aun así se levanta.
Porque la esperanza no necesita mármol ni aureolas.
A veces, lo que más inspira es alguien que, aun sabiendo que no puede salvarlo todo, sigue intentando salvar lo que está frente a él.
No por deber. No por gloria.
Sino porque así lo eligió.