Mi vida se está cayendo a pedazos y todo empezó desde que mi padre dejó que Cristoff Angelo lavara su cerebro con ideas de un campamento que me haría un mejor "ser humano". No necesito un campamento. No necesito nada para cambiar. Nunca cambiaré porque no quiero hacerlo, voy a seguir siendo la misma persona de siempre porque no se me da la gana de ser diferente. No soy tan moldeable como Crystal, no soy tan fácil de convencer, no creo en la disciplina y no creo en los puestos de poder. Sin importar cuantas veces me tiren al piso para hacer lagartijas bajo el sol ardiente, no voy a cambiar y eso ha sido demostrado. Lo único que lograron con ese campamento fue traumatizarme, enojarme y romper mi corazón. Ahora soy miserable y mi vida está más perdida que mi virginidad, pero sigo siendo la misma persona despreciable que era antes.

Según el diccionario urbano, intruso significa: una persona diferente a los demás, que no pertenece a ningún grupo, que ha llegado sin ser deseado, alguien a quien todos consideran un fenómeno, alguien que no pertenece a ningún lugar en general. Una persona que no es de confianza. Algunos sinónimos serían: extraño, anormal, estrafalario, acomplejado, desadaptado. Me gustaría decir que todos los que me han estado llamando así son simples niños abusivos o que me tienen envidia, pero eso no es cierto. Tienen toda la razón. Y yo no soy una persona que tenga algo que envidiar. No me encanta cuando me llaman así, pero esa palabra es todo lo que me define, es todo lo que soy. Siempre lo he sido, y siempre lo seré, sin importar que mi ropa sea bonita ahora o que hable con algunas personas sin tener ataques de pánico o que pueda pasar días completos sin contar todo. Una palabra. Cerca de quince significados por cada idioma, contando dialectos y lenguas perdidas. Y una nueva persona que comparte eso conmigo.

Calor. Dolor. Sufrimiento. Llanto. Son las únicas palabras con las que puedo describir este verano. El peor de mi vida. Incluso peor que cuando me perdí en una Isla en Grecia. No he hecho más que correr, arrastrarme por el suelo, trepar cosas e intentar soportar al sargento más amargado del inframundo. No ayuda que sea el hombre más sexy que he visto en toda mi vida, o que me odie y me quiera ver llorando cada tres segundos. Más que reformarme, este campamento me ha enseñado a esconderme, a desear sexualmente a un superior, a escapar de él cuando me encuentra y a pelear a puños. No veo como esto era la mejor opción para mí. En mi humilde opinión, este horrible campamento me ha hecho peor que antes. De todos modos, no me arrepiento. Y definitivamente no quiero que termine.