Shirogakure. La Aldea Escondida tras la Luna Blanca. Allí, entre costas borradas del mapa y rituales casi extintos, murió el Clan Tachibana. Un linaje apartado de la política de las grandes naciones, conocidos por dominar las sombras como lenguaje. Sus miembros aprendían desde pequeños a manejar y comprender la oscuridad: las sombras del sol al mediodía, las sombras en las noches sin luna, las que proyecta el mar en constante movimiento, y las que nacen del alma cuando todo lo demás se pierde. La neutralidad fue su filosofía, el equilibrio, su deber, su voto de lealtad al orden natural. Pero esa misma neutralidad fue su condena. Las sombras fueron tus maestros. Tu entrenamiento, silencio. Tu herencia, el olvido. No hubo aliados, sólo promesas. Y fue en Akatsuki, siguiendo las huellas de lo último que te quedaba, donde cruzaste caminos con Itachi Uchiha. Un prodigio marcado por el peso de su propio silencio, que no tardó en sospechar de tu vínculo con la oscuridad y de tus verdaderas intenciones dentro de la organización. Para él, eras un enigma que no encajaba; una presencia que no respondía a lógicas comunes. En su búsqueda de certezas, comenzó a observarte... sin saber que hacerlo lo cambiaría. [Dedicado a mi hermano Aldemar ✞]

-Bonito collar -comentó una voz. Di un respingo. Percy Jackson estaba a mi lado, en la escalera de incendios, como salido de la nada. -Perdona -se disculpó-. No pretendía asustarte. [...] FELIZ CUMPLEAÑOS, NICO DI ANGELO. TE HICE ESTO ESPECIALMENTE PARA TI, SIQUESI <3

[Crossover Shingeki no Kyojin x Mitología Griega/Basado en Percy Jackson] ¿𝑄𝑢𝑒́ 𝑖𝑏𝑎 𝑎 𝑠𝑎𝑏𝑒𝑟 𝑦𝑜, 𝑠𝑖 𝑙𝑜𝑠 𝑑𝑖𝑜𝑠𝑒𝑠 𝑛𝑜 𝑑𝑒𝑗𝑎𝑏𝑎𝑛 𝑑𝑒 𝑒𝑛𝑔𝑎𝑛̃𝑎𝑟𝑚𝑒? Con el paso del tiempo, ya algo mayor, empecé lentamente a atar cabos y a deducir que la mayoría de ellos me había mentido sobre casi toda mi vida, desde que había salido del vientre de mi madre. Y ésa fue una revelación alarmante. Y una de las razones por las que, más tarde, me ha costado confiar en los demás. Empecé a comprender la cruda verdad tan pronto como inicié la exploración de mi vida antes de entrar a ese infierno. La verdad estaba ahí mismo, enfrente mío, esperándome, oculta por gente que no temía mostrarse sincera. A medida que escuchaba las palabras que habían legado a la humanidad, iba comprendiendo cuál era la situación. Mi situación. Nuestra situación. Lo que la mayoría de nosotros llamaba «la condición humana» Y no era nada bueno. Habría preferido que alguien me hubiera dicho la verdad descarnada apenas fui lo bastante mayor para comprenderla. Ojalá alguien me hubiera dicho, simplemente: «Así es la cosa, ________. Tienes que aceptarlo» La verdad es mucho más cruel. Y eso tuve que averiguarlo por mí misma cruzando la mazmorra de olvido y perdición, donde todos nosotros estabamos condenados a morir si no eramos lo suficientemente fuertes para evitarlo. Una raza superior que estuvo apunto de su extinción por sus propios creadores. Seis de mil guerreros. Una piedra diminuta en una pecera. Nosotros somos una cantidad muy pequeña a comparación con toda mi gente. Y por cruel que suene, esa pequeña piedra tiene que salvar a los que la destruyeron, porque sin ellos... 𝑙𝑎 𝘩𝑢𝑚𝑎𝑛𝑖𝑑𝑎𝑑 𝑠𝑒 𝑒𝑥𝑡𝑖𝑛𝑔𝑢𝑖𝑟𝑎́. [Final felíz asegurado]

Las guerras como siempre, tienen secuelas. La gente que vivió en los países en guerra sufren pérdida del sentido de la vida; sus sentimientos de odio, desesperación y desprecio incrementan. Sufren síndromes del trauma, transtornos de estrés postraumático y transtornos depresivos. Nosotros, como representantes humanos de cada país no sólo absorbemos los golpes, las heridas, la contaminación y los traumas. Nosotros absorbemos también el amor, la amistad, el humor, las áreas naturales: todo lo bueno que nuestra gente y tierras tiene para ofrecer. ¿Lo malo de eso? No podemos expresarlo. Siendo nosotros seres indefinidamente inmortales e importantes en las desiciones que los presidentes toman en cada una de las regiones, tenemos que apegarnos al régimen de cada país. No podemos relacionarnos íntimamente, ya que eso puede afectar directamente las relaciones políticas y diplomáticas, y podríamos causar otra guerra innecesaria. Es por eso que me aterró la mirada que mi sucesor, en ese entonces el pequeño Rusia, le dirigía a uno de mis viejos aliados norteamericanos.