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Luego de revivir por gracia de Miss Elbara, la mente de Abbie se torció.
No en el sentido de la locura, sino en algo más inquietante: dejó de percibir el mundo bajo las leyes que el ser humano había inventado. El bien y el mal se revelaron ante él como lo que siempre habían sido: intentos torpes de justificar acciones y aliviar culpas.
Abbie ya no obedecía normas morales.
Actuaba porque quería, cuando quería y del modo que quería.
Comprendía perfectamente las consecuencias de sus actos, pero no las sentía como límites. Para él, eran simples fenómenos: reacciones previsibles de un mundo que creía aún en causas y castigos. Las observaba con la misma curiosidad con la que se observa un experimento, no como obligaciones que debieran pesar sobre su conciencia.
No buscaba destruir el mundo, ni salvarlo.
El mundo solo estaba ahí, ocurriendo a su alrededor.
"No los odio. El odio implica importancia. Y no les debo nada." dijo, sin detenerse
Y siguió caminando, indiferente, mientras el mundo intentaba decidir si debía temerle, juzgarlo o comprenderlo.