Me gustaría tener la capacidad creativa suficiente para ponerle a esta novela un nombre adecuado, como "Historias de la Guerra I" o "Historias de la guerra: cuando me rompieron el bolso en las rebajas y le partí la cabeza a una señora con un paraguas", pero no es el caso. Esta es la historia de Grimaldi. Totalmente verídica, sin adornos, y extraída de un diario que encontré en un sótano lúgubre de una mansión abandonada de Chicago.

Soy de las que creen firmemente que lo que uno haga en su cuarto es problema suyo. Solo suyo.

El Madrid de 1982 estaba en ebullición y los que ardían en sus calles no sabían que sus cantos a la vida conformarían uno de los periodos más ricos para la cultura española. Esos jóvenes agotados del gris de la dictadura tenían mucho que decir y no estaban dispuestos a que no se les escuchara de nuevo, así que entonaban sus himnos en cualquier esquina. Exposiciones plagadas de color, fotografías de colegialas decadentes, conciertos en cada rincón y mucha cerveza por todas partes. Todos soñaban con ser músicos y reírse en la cara de un mundo en el que no iban a tolerar que se les dijera una vez más lo que debían o no debían hacer. No había nada escrito; no había normas, ni milagros, ni dioses, ni padres a los que rendir cuentas. Valentina tenía que intentarlo.

La tribu de los manchados se había ganado su nombre por la mancha en el rostro de su líder, Tiago, un espectro blanco que cruzaba el color canela de su frente, de sus mejillas. Eran seis y se les conocía en el barrio por esos pequeños delitos constantes que solo cometen los niños salvajes, sin escrúpulos. Robar una tienda, un coche de policía, un allanamiento de morada. Todo coronado por esas risas infantiles que se escuchaban en las noches más frías, en un barrio tan oscuro de la ciudad que los maderos habían renunciado a imponer el orden en esa jungla de neones. La tribu de los manchados -hijos de personas rotas, de hogares rotos, de patrias rotas- no eran lo peor que el barrio había visto. Pero, sin embargo, algo estaba cambiando. De manera gradual, natural e imperceptible, el tiempo sigue pasando. Los manchados se hacen mayores. Y, ante eso, lo único que queda es esperar a la catástrofe.

Ella sabía de lo que hablaba. Calzaba en prosa y sentía en verso. Besaba las tormentas pero estaba reseca de sentimientos. No sabía usar brújulas que orientasen su vida. "Y así me va", susurraba.

«Todos pedimos deseos a los dientes de león. Cerramos los ojos y con un soplo depositamos en ellos nuestras esperanzas. Ella era un diente de león. Y nadie le preguntó si tenía sus propios sueños.» Summer Bones es un huracán indescifrable. Parece mentira que viva en la misma ciudad que Lewis Wild, el chico típico y predecible. Ninguno sabe de la existencia del otro. Hasta que, un día, Lewis mira a Summer. Fuera casualidad o destino, ocurrió. Esta es la historia de qué cambió tras aquello.

Por todos los que me preguntaron si escribía sobre ellos.

Dicen que todos tenemos un "lugar seguro". Para algunos es su habitación, para otros es un bosque, incluso los hay cuyo lugar seguro es una piscina. Yo también tengo un lugar seguro. Y haría una pausa dramática, pero ¿no es obvio?

La madurez como proceso evolutivo en la vida tiene varias etapas, y la adolescencia es una ellas. Joshua Fox es un solitario chico de dieciocho años con una cabeza inexplorable, quien está anegado de frustraciones, de interminables preguntas y una afición por los diccionarios. Convencido de que hasta ese momento no ha podido hacer todo lo que los adolescentes comunes hacen, decide tomarse su último verano en la ciudad de Victoria, Canadá, para evaluar las cosas con más calma y romper sus propias reglas. Nuestro héroe, viéndose atrapado entre la adultez y la adolescencia no tan plena, terminará por reconocer que se encuentra en el apogeo de su juventud -en sus «días de ensalada»-, donde cada uno de ellos le permitirá conocer quién es el verdadero Fox, y quiénes son realmente las nuevas personas que lo rodean... capaces de introducirse en su cabeza y crear en ella recuerdos frescos y verdes que prometerán ser eternos. Todos los derechos reservados. Ovejas al vacío, © 2015

A April le va un poco regular. Tras recibir una paliza por parte de unos camellos que buscaban a su madre los servicios sociales le dan dos opciones: o esperar a cumplir los 18 en una casa de acogida o volver con su hermano Caleb, al que lleva casi diez años sin ver. De las dos, elige la opción que no supone compartir el baño con a saber cuantos desconocidos y no le queda más que arrastrarse a su antiguo barrio, uno de los más problemáticos de Dallas. Pero es que después de dedicarse al porno y haber tenido que soportar los desvaríos de la yonki de su madre a April no le da miedo nada; ni las peleas callejeras, ni las zorras cocainómanas ni las desapariciones de chicas de su edad que se vienen sucediendo durante los últimos años. Aunque probablemente sí que le venga bien que alguien le eche una mano.