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"De repente, era Fina la que la guiaba, Fina la que la hacía girar, su mano sosteniéndola, luego atrayéndola hacia sí, tocando su espalda, su cintura, la parte de atrás de sus muslos para alzarla en el aire mientras saltaba.
Y Marta no podía evitarlo, no podía evitar el calor que le nacía en el estómago y se abría paso por todo su cuerpo, dejando un rastro de fuego sobre su piel".