LauraLuzAgreste
Donde la oscuridad es la única luz, la Muerte lloraba. Sus lágrimas, como gotas de niebla, caían sobre la tierra, empapando la piel de los vivos y recordándoles que su presencia era inevitable.
La Muerte había perdido a alguien que amaba, alguien que había logrado tocar su corazón de piedra. La dolorosa pérdida había dejado una cicatriz en su alma, una herida que no sanaría nunca.
Pero la Muerte no solo lloraba por su pérdida personal. Lloraba por la maldición que llevaba consigo, la maldición de ver morir a todos y ver comienzos y finales. Y en cada paso del camino, la Muerte sentía el peso de su responsabilidad, el peso de ser la última verdad.
Pero en medio de tanto caos, la Muerte anhelaba la vida. Anhelaba sentir el calor del sol en su piel, el sabor de la lluvia en sus labios, el sonido de la risa en sus oídos.
Y así, la Muerte siguió llorando, llorando por la vida que nunca podría tener...