Dulce_de_Luna
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Rengoku no podía apartar los ojos de él.
Ni siquiera lo intentaba.
Giyuu conducía como si no pudiera esperar un segundo más, con los nudillos pálidos en el volante, el ceño levemente fruncido y la mandíbula tensa. Pero lo que de verdad lo tenía desarmado era esa mirada. Esa maldita mirada. La que recordaba del otro mundo, de otra vida. La que creyó perdida para siempre. Y ahora brillaba en sus ojos con la misma intensidad de entonces: feroz, silenciosa, ardiendo. Él había vuelto. Y lo miraba como si nunca se hubiera ido.
El coche se detuvo frente al edificio, y apenas cerraron la puerta del ascensor, Giyuu lo acorraló contra la pared de acero pulido. No había celo en su aroma, pero sí una urgencia palpable que envolvía a Rengoku como una promesa. No podía pensar, no podía hablar. Solo sentía: el aliento de Giyuu en su cuello, su cuerpo temblando contra el suyo, el pulso desbocado.
-Te amo -susurró Tomioka contra sus labios. Y no fue una súplica. Ni una pregunta. Fue una certeza tan clara como la que había el día que ambos murieron.
Y Rengoku... Rengoku lo besó como si su alma entera dependiera de ello.
Porque después de todo el tiempo, después de años enteros buscándolo, por fin lo tenía de nuevo.
Y esta vez, no iba a soltarlo.