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Luego de años de ausencia en la celebración de Sinsmas, por mera tradición y cordialidad, Lucifer está obligado a visitar a los siete Pecados Capitales para recordar el día en que se rebeló y ellos lo siguieron. Un evento pomposo, caótico y casi familiar, donde cada pecado reina con su propio ego... Y donde el rey infernal suele llevar a su hija Charlie para mantener la paz.
Pero este año, Charlie decide quedarse en el Hotel, enfocada en su proyecto de redención. Y con toda la inocencia del mundo -o tal vez no tanta- convence a su padre de llevar en su lugar a Alastor, el sonriente y orgulloso administrador del hotel.
Lucifer protesta.
Alastor protesta más.
Pero ninguno logra negarse ante la princesa.
Lo que sigue es un desfile de choques de personalidades:
Belphegor, inmensa y somnolienta.
Leviathan, dividida entre su envidia dócil y su veneno.
Asmodeus, encantador y perceptivo.
Mammon, burlón y codicioso.
Beelzebub, jovial y hambrienta.
Satanás, colosal y furioso.
Alastor, fiel a su naturaleza, provoca a cada uno.
Lucifer intenta evitar un asesinato.
Y los pecados, irritados, terminan perdiendo los cabales ante el molesto Overlord.
Todos excepto Asmodeus, quien, antes de marcharse, nota algo que ninguno ellos quiere admitir:
Entre Lucifer y Alastor, la tensión no es solo odio.
Una magia sutil queda flotando en el aire.
Una atmósfera cálida, inquietante, inevitable.
Solitarios en el gran salón, aún discutiendo -¿furia? ¿celos? ¿orgullo?- aquella pelea se deshace, lenta, delicadamente, en algo más profundo.