❛ ℒ𝗮 𝙟𝙪𝙫𝙚𝙣𝙩𝙪𝙙 𝗲𝘀 𝗹𝗮 𝗲𝘀𝘁𝗮𝗰𝗶𝗼́𝗻 𝗱𝗲 𝗹𝗮 𝙚𝙨𝙥𝙚𝙧𝙖𝙣𝙯𝙖. ❜ ℒuego de una serie de eventos imprevistos, los Bridge hallan el retorno al pequeño Avonlea como única opción asequible. Los prados amplios y colmados en estepa vuelven a su cotidianidad, y consigo dibujan un escenario diferente. Miradas se entrecruzan, antecedentes a los primeros destellos de electricidad en el pueblo. Ilusiones se siembran en la tierra fértil de la almohada y amistades se forjan sin retorno a la abrazadora soledad. Charlotte va de lleno. Sin aliento. Sin expectativa atada al cuello. Y descubre que hay algo más en el barro que suciedad, más que frío en el invierno, más que ausencia en la falta de ruido. Más que responsabilidades en la vida. Que hay ideas allí; desperdigadas por el suelo de abedul de un rincón en desuso, esperando por dedos hábiles que las cosan en un mismo hilo. Entre la arboleda, en el camino trazado por las mismas suelas, una semilla cae al suelo y, sin querer, da fruto. Las mentes soñadoras suelen ser de las que menos se espera cordura. Una sociedad perdida en el tiempo, una enredadera difícil de podar. A pesar de ello, con un diminutivo de confianza, escenas que podría considerar inalcanzables durante una madrugada de verano están a un salto de distancia. La impulsan a obedecer el cosquilleo en su sistema, a despertar ese instinto creativo que llevaba años dormido. A descoser los puntos que sellan su garganta y romper alguna que otra regla. Las ataduras del conformismo ceden. Las pequeñas voces toman el mando de control. La oportunidad de dirigir una obra solidificada. Los guiones yacientes, entre el desorden académico, a espera de ser concluídos a la luz de vela. Disfraces abandonan la caja sellada y despiden polvo de su desmejorada tela. Charlotte encuentra un papel que interpretar, pero ésta vez, sin tener que fingir ser alguien más.