Its_demix_
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Era una humillación intolerable. No podía permitirse que alguien lo viera así: roto, tembloroso, frágil. Bastante había sufrido ya su reputación; exponer su miseria terminaría de destruirla.
Avanzó a tientas hacia el pequeño baño. Cerró la puerta con un movimiento lento, cuidadoso, como si hasta el ruido de la madera pudiera traicionarlo.
Y entonces se dejó caer. El llanto volvió sin aviso, desbordado, violento, incontenible. Lloró como si cada sollozo arrancara algo dentro de él, como si en el dolor pudiera purgarse.
Cuando las fuerzas apenas le respondieron, se aferró al borde del lavabo, se echó agua helada al rostro, con torpeza, con desesperación. Quiso borrarse, diluirse, fingir que aún era alguien reconocible.
Levantó la vista. El espejo le devolvió una imagen que no podía soportar.
«Inútil.»
-Cállate...
«Eres un fracaso.»
-Cállate...
«No vales nada. Ni siquiera eso.»
-Ya para...
«Si no hubieras intervenido... él seguiría vivo.»
-¡QUE TE CALLES! -estalló, y su grito sacudió las paredes estrechas, desgarrando el silencio como un cristal roto. Golpeó el lavabo con el puño cerrado. Otra vez. Otra. Hasta que el dolor fue físico y real, y no sólo un murmullo venenoso dentro de su cabeza.
Pero el espejo seguía allí. Y también esa voz. La más cruel de todas. La suya.