black-Sara-lance
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La guerra no solo engendró héroes y monstruos, sino también vidas olvidadas. Laila fue una de ellas: una bastarda sin linaje ni hogar, arrastrada por la Danza de los Dragones hasta Rocadragón. Allí ofreció lo único que poseía -trabajo, lealtad y silencio- y pasó de doncella anónima a servidora cercana de la reina Rhaenyra Targaryen, aprendiendo a sobrevivir entre sombras, rumores y miradas que nunca olvidaban su origen.
Con el tiempo, dejó de ser invisible. La guerra la acercó a quienes cargaban el futuro sobre los hombros: el príncipe Jacaerys Velaryon y Lady Baela Targaryen. Entre entrenamientos, vuelos de dragón y breves instantes de calma, nació una amistad sincera, forjada en el miedo compartido y la esperanza de sobrevivir.
Durante un tiempo, Rocadragón conoció una paz frágil. Pero Laila tardó demasiado en comprender que había cometido un error imperdonable: se enamoró de Jacaerys. No del príncipe, sino del joven cansado que sonreía al amanecer, del jinete que hablaba con su dragón como a un hermano, del muchacho que jamás la miró como inferior. La culpa llegó después, marcada por Baela, la lealtad y una amistad que no debía quebrarse.
Mientras intentaba enterrar sus sentimientos, comenzaron los misterios. Pequeños objetos aparecían en su ventana -plumas, cintas, piedras pulidas- sin dueño ni explicación. Al mismo tiempo, Vermax, el dragón de Jacaerys, se volvió inquieto, atento solo a una presencia, como si una emoción ajena ardiera en su fuego.
No estaba enfermo ni embrujado.
Vermax había heredado el corazón de su jinete...
y se había enamorado de una bastarda.
Así comenzó una historia que nadie debía contar.