Harry corría, sus pulmones se estaban quemando, hacía tiempo que había dejado a sus amigos atrás. Esperaba que estuvieran bien. La profecía en su mano hacia peso en su mano izquierda, con la otra movía su varita. Llegó a una habitación y sin detenerse cerró los ojos y empujó con fuerza, no podía dejar su varita ni la profecía. Dos empujones más y se abrió, entro y se recostó en la pared con los ojos cerrados, el aire cambio a su alrededor y su columna vertebral se sacudió. Voldemort está aquí.

Hay un nuevo estudiante de sexto año, uno que destila magia oscura.

El ministro de magia estaba enojado. Sus inútiles seguidores no podían detectar y atrapar a la persona que entraba y salía de Azkaban, como si fuera su patio de juegos. La entidad paseaba por las celdas, con los dementores a su lado.

Hay un ritual, seguidores, un triángulo, velas, adornos. Tributos, ofrendas y sobre todo, un mago dispuesto a todo. Pasó en un segundo, la neblina negra desapareció y había brillantes ojos verdes.

Las puertas de Hogwarts se abrieron, permitiendo el paso de los estudiantes de los otros colegios, pero él no prestó demasiada atención. Su mente solo estaba enfocada en lo que estaba por venir: las pruebas, los desafíos, la manera en que cada estudiante se enfrentaría a ellos. Hasta que lo vio. Esos ojos verdes, brillando con una intensidad peligrosa. Y una magia tan oscura, tan intoxicante, que sacudió las fibras más profundas de su ser.