DigiinCris
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Bajo la fría luz de la luna, sus miradas se entrelazaron como dos sombras furtivas, parodia trágica de un destino que parecía tomarse demasiado en serio a sí mismo. La luna, ese reflector indiscreto, se empeñaba en iluminar cada gesto con un dramatismo que ninguno de los dos había pedido, amplificando los latidos temblorosos de un deseo tan absurdo como inevitable.
En aquel claro silencioso, sus movimientos -entrecortados, dubitativos, casi coreografiados por una fuerza superior- formaban una danza que oscilaba entre la amenaza y la ternura, entre el instinto y la impostura. Cada mirada era una declaración de guerra y, a la vez, una súplica muda; cada respiración, un recordatorio de que incluso los depredadores más fieros pueden volverse ridículos cuando intentan contener su propia naturaleza.
El miedo, o quizás la conciencia de su propio patetismo, les mantenía allí, inmóviles y hermosos en su contradicción, como dos actores atrapados en una escena que sabían demasiado bien que no les pertenecía.