El sonido suave del agua meciendo la barca resonaba en el aire helado del Polo Sur. Lizzy, hija de Poseidón, sentía en su pecho el llamado de su tierra ancestral. Aunque había nacido en las profundidades de Atlantis, sabía que una parte de su esencia pertenecía al agua de la Tribu del Agua del Sur, donde la historia de su familia había comenzado. Katara y Sokka, con quienes compartía lazos antiguos, la acogieron como una hermana, y juntos se embarcaron en la misión más grande de sus vidas: ayudar al Avatar a restaurar el equilibrio. Pero Lizzy no imaginaba que su destino no solo estaba unido a Aang y su lucha por salvar el mundo. En lo más profundo de su corazón, un fuego inesperado comenzaba a arder, uno que la haría cuestionar todo lo que creía saber sobre el bien y el mal. Una noche fría, mientras las estrellas reflejaban su luz sobre el hielo, Lizzy lo vio por primera vez: Zuko, el príncipe exiliado de la Nación del Fuego, quien llevaba una tormenta en sus ojos dorados y el peso del honor en sus hombros. Para él, el amor era una debilidad, algo que no podía permitirse. Y sin embargo, en el momento en que sus miradas se cruzaron, ambos supieron que sus destinos estaban inevitablemente entrelazados. Zuko se resistió al sentimiento, sabiendo que amarla solo lo alejaría de su propósito, pero cada vez que veía a Lizzy en batalla, controlando el agua con una gracia divina, su convicción se tambaleaba. A pesar de que Lizzy era la maestra del agua más poderosa que había conocido, capaz de manipular los mares y curar heridas con solo un toque, en sus ojos veía una vulnerabilidad que lo hacía querer protegerla, aunque su deber le ordenara lo contrario.

Ella no es solo una gema. Ni solo humana. Es hija de la legendaria Diamante Verde y de un humano con el alma más noble que pisó la Tierra. Como Steven, nació de un amor imposible... y sin embargo, tan real que dio vida a lo más perfecto que el universo podría imaginar: una niña con el corazón más brillante del cosmos. Lizzy, la niña de los ojos color mar. De sonrisa tierna y alma infinita. Preciosa en cuerpo y alma, con una belleza que no nace de la vanidad, sino de su bondad inquebrantable. Es una obra de arte viva. Una chispa pura de esperanza. Dueña de dones únicos, heredados de su madre: Puede sanar con su luz, mover las aguas con su hidrokinesis, comunicarse con la naturaleza y con los animales. Todo en ella vibra con amor. Con vida. Es el significado mismo del bien. La personificación del amor. El corazón más grande del universo. Y desde el primer día que Steven la vio, todo en él cambió.

Soy Lizzy Espósito, princesa de Italia. Mi vida siempre ha estado marcada por el amor a las personas que me rodean. Desde pequeña, he ayudado a mi pueblo con el mismo entusiasmo que dedico a las personas que amo. Mi corazón está lleno de empatía, sin pedir nada a cambio, porque la verdadera riqueza es la conexión con los demás. Aunque mi vida sea parecida a la de un cuento de hadas, la realidad es mucho más compleja, y en esa complejidad, hay dos hombres que marcan el destino de mi corazón.

Massimo siempre supo que Lizzy era su todo. Desde el primer día en que sus caminos se cruzaron, algo en él se despertó, una chispa que nunca se apagaría. Ella no solo era su amor; era su alma gemela, su otra mitad, la razón de su existencia. Desde que eran niños, sabía que ella era la persona con la que compartiría cada respiro, cada latido, cada segundo de su vida. Lizzy, la princesa de Italia, hija del Rey Simón y la Reina Marianella, había crecido bajo la mirada atenta de un reino entero. Pero lo que Massimo admiraba de ella no era su título, sino su alma pura, su bondad infinita, su capacidad para amar sin medida. En un mundo lleno de expectativas y obligaciones, Lizzy se mantenía fiel a sí misma. Era auténtica, ocurrente, empática e inteligente. Su dulzura y el corazón más puro y sincero que existía hacían que todos los que la conocieran se sintieran amados y bienvenidos. No conocía el odio, ni la mentira, ni la maldad, y su bondad brillaba más fuerte que cualquier corona que pudiera portar. Lizzy se preocupaba profundamente por todos los ciudadanos de Italia, sin hacer distinción alguna. Trataba a todos con el mismo amor y respeto, sin importar su estatus o posición. La gente la adoraba no solo por ser princesa, sino por ser la persona increíble que era, alguien que caminaba entre ellos con humildad y generosidad. Cada gesto de su parte, cada palabra, reflejaba una preocupación sincera por el bienestar de su pueblo, y eso solo aumentaba su admiración.

En el misterioso reino de los dragones, donde los vínculos entre criaturas míticas y seres sobrenaturales se entrelazan en una danza eterna, se avecinaba un evento que cambiaría destinos y desataría pasiones inesperadas. Hipo, un joven aventurero con una conexión innata con los dragones, se preparaba para presenciar el matrimonio entre dos de las criaturas más legendarias del reino: Chimuelo y Chimuela. El amor entre los dragones era palpable en el aire, como una melodía suave que envolvía cada rincón de la antigua gruta donde se celebraría la ceremonia. Sin embargo, en medio de la expectación y la emoción del evento, Hipo no podía apartar su mente de un pensamiento: la posibilidad de que alguien más ocupara el corazón de la misteriosa y encantadora Lizzy, la recién llegada al reino. Desde el momento en que la vio, sintió una conexión inexplicable, como si su alma hubiera reconocido a la suya en un instante de magia pura. Con el temor de perderla antes de siquiera haberla conquistado, Hipo anhelaba con todo su ser que Lizzy no tuviera ojos para nadie más que para él. Anhelaba ser el dueño de su corazón, el protector de sus sueños y el héroe de sus historias. Y mientras el sol se ocultaba tras las imponentes montañas que rodeaban el reino, el joven aventurero se preparaba para enfrentar el desafío más grande de todos: ganar el amor de Lizzy, mientras los susurros del destino jugaban con sus esperanzas y sus temores.

Ben Tennyson había salvado al mundo incontables veces, enfrentado enemigos que amenazaban el equilibrio del universo, y portado en su muñeca un poder inimaginable. Sin embargo, ningún poder, ninguna batalla, lo había preparado para lo que sentía cuando estaba cerca de ella. De Lizzy. Lizzy era más que una simple chica. Había algo en su esencia que trascendía lo común, algo casi mágico. Su risa era como una melodía que podía silenciar las tormentas internas de Ben, y su mirada, ese par de ojos celestes, lo hacían sentir como si estuviera flotando en el océano, libre y en paz. Lizzy era todo lo que él nunca supo que necesitaba. Dulce, ocurrente, vibrante... una chispa de luz que iluminaba los rincones más oscuros de su alma. Había tenido relaciones antes, había conocido la atracción, la química... pero nada, absolutamente nada, se comparaba con lo que Lizzy le hacía sentir. Cada vez que la tenía cerca, Ben sentía que su corazón aceleraba, que algo dentro de él despertaba. La sensación era tan poderosa que solo una cosa le venía a la mente: estar con ella era como tocar el cielo. Y cuando ella no estaba, cuando se alejaba aunque fuera por un instante, sentía que caía. Se quedaba encerrado fuera del paraíso.

Seto Kaiba nunca creyó en los milagros ni en el amor. Para él, la vida era una constante lucha por el control, por mantener todo bajo su mando, un juego de poder que solo podía ganar quien era lo suficientemente fuerte para dominar a los demás. La confianza era un lujo que no se podía permitir, y el corazón, algo que no tenía lugar en su mundo. Frío, calculador, impenetrable. "Nunca tuve mucha fe en el amor ni en los milagros", solía pensar, como un mantra que lo mantenía seguro dentro de sus muros, protegido de cualquier emoción que lo hiciera vulnerable. Pero estar con ella, verla sonreír, escucharla hablar con tanta pasión sobre los dragones y la naturaleza, nadar en la corriente de su espíritu libre... era algo espiritual. Algo que lo hacía sentir vivo por primera vez. Cada noche que pasaba a su lado, cada momento en que ella lo miraba con esos ojos llenos de vida, Kaiba sentía como si volviera a nacer, como si por fin estuviera viendo la luz después de haber estado tanto tiempo perdido en la oscuridad.