Coraline creyó haberlos salvado a todos.A sus padres, a los tres niños. Pero jamás sospechó que la otra Madre ocultaba entre sus garras retorcidas a un cuarto niño. Este niño esperó. Esperó tras los cristales empañados de la casa-pesadilla. Esperó con las manos aplastadas contra el vacío. Esperó hasta que sus uñas sangraron de arañar la nada... Pero solo recibió el silencio. Un silencio espeso como algodón podrido. La Otra Madre, despojada de su carnaval de mentiras -el Palacio Rosa ahora era solo telarañas y susurros-, rasgó la membrana entre mundos. Su hambre de almas infantiles era un rugido en las entrañas. Al cruzar el umbral... Llamas violetas la envolvieron. Un chillido que heló la sangre en las venas. Quedó reducida a cenizas que olían a caramelos quemados. Ochenta y seis años. Ochenta y seis inviernos arrastrándose por pasillos que respiran. El niño dejó de ser carne: se convirtió en eco. Un cascarón con piel de papel viejo, habitado solo por la obsesión del esperar. Susurraba a las sombras: "¿Hoy vendrán?" ...imaginó **los botones.** **Dos abismos negros** donde debían estar los ojos. **Cosidos con hilo sangrante** sobre piel grisácea. **Y una sonrisa.** **Demasiado ancha.** **Demasiado afilada.** *"¿Vinieron por fin a jugar?"*