LanQuiang_234
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En todos los años de Twisted Wonderland, los Siete Grandes eran considerados dioses. No por nacimiento, sino por la magnitud de sus actos, por el peso de sus nombres en la historia. Fueron seres extraordinarios, elevados por el temor y la admiración de generaciones enteras. Figuras de poder, de belleza, de ruina. Pero como ocurre con todo mito, sus historias se diluyeron en interpretaciones, en ecos vagos que jamás rozaron la verdad.
Nadie conocía los detalles. Nadie se atrevía a mirar más allá del velo.
Hasta que, por una razón que desafía toda lógica y toda magia conocida, los estudiantes del Night Raven College fueron arrancados de su realidad y confinados en una habitación sin puertas, sin ventanas, sin salida. Un espacio suspendido entre el tiempo y la memoria. Allí, sin opción de huida ni distracción, se les impuso una única tarea: presenciar la historia real del Hada de las Espinas.
No la leyenda. No el cuento. La verdad.
Y cuando la sala se iluminó con los recuerdos de un pasado enterrado, dos hadas presentes entre los estudiantes -Malleus y Lilia- fueron obligadas a contemplar lo que el mundo había hecho con los de su especie. Vieron cómo la bondad fue pisoteada, cómo la belleza fue despreciada, cómo el dolor se convirtió en la única forma de defensa. Vieron a una criatura luminosa ser quebrada, lentamente, hasta que su alma se tornó púrpura y su voz se volvió decreto.
La tiranía no nació del deseo de dominar, sino del deseo de no volver a sufrir.
Y así, el Hada de las Espinas dejó de ser una víctima. Se convirtió en símbolo. En advertencia. En castigo.