Hubo una tarde en la que todo pareció tener sentido. El cielo tranquilo, se reflejaba en el lago mientras las hojas caían con una delicadeza hacia el pasto de aquel lugar. Michel reía con ese brillo que solo aparecía cuando se sentía en paz. Emilian lo miraba como si observarlo fuera la última vez que podria hacerlo. Y entre bromas, silencios cómodos y esa cercanía que empezaba a nacer sin que lo notaran del todo, algo quedó flotando en el aire. Algo más fuerte que el tiempo. La promesa no fue planeada. No hubo flores, ni fuegos artificiales, o tan siquiera, una grande declaración. Solo una pregunta, lanzada al viento, casi como un juego. -"Siempre me mirarás a mí, ¿cierto?" - el de ojos cálidos lo miro con curiosidad. -"Siempre" -respondió el de ojos frios, sin dudarlo siquiera. En ese momento, ninguno de los dos lo sabía, pero a veces, las palabras más dulces... 𝘀𝗼𝗻 𝗹𝗮𝘀 𝗾𝘂𝗲 𝗺𝗮́𝘀 𝗱𝘂𝗲𝗹𝗲𝗻 𝗰𝘂𝗮𝗻𝗱𝗼 𝘀𝗲 𝗿𝗼𝗺𝗽𝗲𝗻.