MaribelQuqsadaDomngu
"El mundo cabe en las páginas de un libro." Para Marian, esa frase era más que una metáfora: era su forma de vivir. Desde niña, eligió perderse en la biblioteca municipal de Taonos en lugar de jugar con otros niños. Su madre, entre risas y cierta preocupación, la llamaba "polilla de biblioteca", viendo cómo su hija hallaba consuelo en los personajes de tinta más que en las personas reales.
Los libros no juzgaban ni exigían apariencias; eran refugios silenciosos donde Marian encontraba consuelo en emociones prestadas y finales predecibles. Amaba esa soledad elegida, hasta que la vida, impredecible, cambió el rumbo de su historia.
A los dieciocho, Atlanta marcó el inicio de su independencia: una universidad prestigiosa, un pequeño departamento y el sueño de estudiar Historia Natural la alejaron de su pueblo natal. Pero entre el bullicio urbano, descubrió que ciertos encuentros pueden desordenar hasta la vida más cuidadosamente organizada.
Una tarde de septiembre, en la quietud de la biblioteca pública, Marian lo vio por primera vez. Max, rodeado del aroma a papel antiguo y bañado por la luz del atardecer, hojeaba un libro de poesía con una serenidad que contrastaba con el ritmo acelerado del mundo, como si fuera parte de otro tiempo.
Marian no creía en el amor a primera vista, hasta que lo vio leer con una devoción que le resultó familiar. Esa conexión silenciosa la inquietó y, sin darse cuenta, empezó a buscarlo. Inventaba excusas para coincidir con sus rutinas.
La señora Sara, la bibliotecaria de sonrisa cálida y mirada aguda, pronto percibió las miradas furtivas. Una tarde, al entregarle Orgullo y prejuicio, le dijo: "Los libros son puentes, Marian. Pero a veces, hay que atreverse a cruzar al otro lado". Marian fingió no entender, aunque el rubor en su rostro la delató.