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Mientras el sol empezaba a iluminar la fría morada de Elliot, intentando disipar con osadía el gélido ambiente, la peor semana de su ocurrente vida daba inicio en ese preciso instante. Sus habanos cubanos repararán en un extremo del cuarto, tan solitarios y distantes como su dueño de sus cinco sentidos, aún sumido completamente en el letargo matutino. Aquella mañana, en la que el día volvía a abrirse paso sobre el pueblo de Raven Hollow, descubrió con espanto que una mancha desconocida había osado aparecer en su rostro.
Esa extraña y grotesca porosidad en su piel, oscura y sombría que hacía temblar sus manos de solo verla, lo atemorizaba. Tan ajena como indeseable, le removió el estomago al observarla. Lo aturdía tanto que no acertaba a decidir qué medidas tomar. ¿Cómo podía algo semejante mancillar su rostro? ¿Cómo un miembro de los Burdeo podía presentar tal imperfección? 
El joven, acostumbrado a una vida sin preocupaciones sumamente serias, tendría que enfrentarse de súbito a la semana más desafiante de su existencia. Aquella misma jornada, en la que se esperaba con deseo que hiciera una significante aparición en la gran velada organizada por la señora Burdeo, prometía traer más desdichas y tribulaciones de las que jamás habría imaginado.